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228 E. RIVERA gencia, mientras que el influjo de éste sólo se hace sentir en Europa al finalizar la guerra mundial de 1914-18. Con esto señalo el tema de esta mi reflexión ulterior: el contraste en M. de Unamuno entre la filosofía del concepto y la filosofía de la vida en torno a un caso ingular, el problema de Dios. Este contraste lo quisiera hacer más patente desde una perspectiva histórica que juzgo muy esclarecedora de este gran tema. Que es, a la vez, filosófico y vital. 1. Contraste de " vivencia” y " concepto” en Unamuno Laméntase en más de una ocasión Ortega de lo fácil que ha sido a muchos, aun a discípulos suyos, gustar de las gráciles metáforas de sus escritos y resbalar sobre el contenido hondo en ellas encerrado. Algo semejante puede hacerse notar respecto de las expresiones bron­ cas de M. de Unamuno. Portadoras casi siempre de una enorme exa­ geración, no se ha percibido que lo excesivo de las mismas encubre muchas veces una gran verdad o propone un gran tema de medita­ ción. Es esto lo que acaece cuando Unamuno contrasta la enseñanza viviente de Jesús con la fría exégesis que han hecho de ella otros saberes humanos. Este contraste lo declaran de modo hiriente —exa­ gerado— estos cuatro versos que dirige Unamuno a su Cristo blanco, ya insensible: «Paradojas, parábolas y apólogos florecían lozanos de tu boca; no silogismos, no pedruscos lógicos al cuello de la mente cual collar» 2. Pero, ¿será verdad que los miles de páginas en las que hemos leído los grandes temas de Dios y sus atributos —Tomás de Aquino, Duns Escoto y Suárez entre los clásicos; Descartes, Malebranche, Leibniz y Hegel entre los modernos; Ramírez, Schmaus, K. Rahner entre los de este siglo— , no han logrado más que ponernos un enorme collar al cuello de la mente, pero un collar, no de perlas, sino de «pedruscos lógicos»? Esta hiriente expresión, tan de Unamuno, tiene al menos la virtud de poner al vivo el contraste entre el concepto, tan cultivado por 2. M. de Unamuno, El Cristo de Velázquez . Obras Completas (ed. E sceli- cer), t. VI, 467, v. 1691-94,

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