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238 E. RIVERA nard, Science et sagesse dans la "Cité de Dieu)} 22. Subraya este inves­ tigador que en La Ciudad de Dios san Agustín razona desde una situa­ ción concreta para mejor iluminar la conciencia cristiana, aunando en este empeño ciencia y sabiduría. Pero es que hay que decir que éste fue el sentido primario de toda la labor intelectual de san Agustín. Con lo cual se hace patente que la obra intelectual del gran doctor debe ser interpretada como una gran Paideia Cristiana. En este ambiente de Paideia Cristiana viven los oscuros siglos me­ dios en los que es impensable una autonomía del saber frente a las exigencias del vivir cristiano. Y no se alegue que en este tiempo se organizan con mucha precisión las artes liberales. Pues estas artes eran siempre preparación para mejor comprender la doctrina cristiana y vivir ésta en la praxis. Basta mirar las paredes de nuestras venerables catedrales para leer en ellas, como en la bellísima de León, cantada por M. de Unamuno 23, el camino que debía seguir el alma cristiana desde la tierra vegetal hasta el cielo de Dios y sus santos24. Pero ya en los siglos XI y XII podemos advertir una cierta con­ traposición entre el pensar y el vivir en dos grandes doctores de la Iglesia: san Anselmo y san Bernardo. Ambos son monjes, pero in­ compatibles en su modo de pensar. Pues si san Anselmo audazmente escribe su obra: Cur Deus homo?, a san Bernardo estas disquisiciones le parecían una temeridad. Es cierto que no se enfrentó con san An­ selmo. Pero sí lo hizo con extremismo contra Abelardo, quien man­ tenía los fueros de la razón, enarbolada por san Anselmo. Juzgo que estos dos santos doctores nos hacen sentir al vivo el conflicto entre concepto y vida dentro del pensamiento cristiano. San Anselmo cultiva, en verdad, la vivencia. Pero exaltó sobremanera el valor del concepto, hasta hacer con el concepto, como todos saben, la llamada más tarde prueba ontológica de la existencia de Dios. San Bernardo se desentiende de estos razonamientos, para él logomaquias, y en vez de preguntarse por los motivos de la Encarnación, canta de modo inefable el bendito nombre de Jesús en unos versos que todavía repite con regusto el pueblo cristiano en su liturgia. 22. F. J. T h o n n a rd , Science et sagesse dans la «Cité de Dieu », en La d u ­ da de Dios 167 (1955) 511-525. 23. M . d e U n am u n o , Vida de Don Quijote y Sancho . parte II, cap. 26. Obras Completas (ed. Escelicer), t. III, 177. 24. Sobre este tema nos remitimos a la autorizada obra de Emile M â le , L'art religieux du XIIle siècle en France, 2 vol., Paris 1968.

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