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172 ALEJANDRO VILLALMONTE necesario recordar que numerosas afirmaciones del dogma, de la moral, de la espiritualidad de los cristianos han sido desfavorablemente in­ fluenciados por la creencia en Po. Sea en forma directa y explícita, sea en sus inevitables concomitancias y expresiones culturales. Grandes espíritus, como san Agustín, Pascal, el cardenal Newman, se llenaban de asombro ante el misterio del pecado original. Sin em­ bargo, parece que en ellos la misteriosidad realmente abismal e insu­ perable del hecho de mal-pecado la trasferían al tema del Po. Pero en sí mismo, en cuanto magnitud teológica específica, el Po no es ningún misterio divino-sobrenatural por su origen y contenido. Se trata de un «misterio» religioso-cultural exclusivamente humano. Siempre resultará de interés el investigar este misterio religioso-cultural humano. Sobre todo, cuando cierto grupo de hombres, los cristianos, lo envolvieron de prestigio sagrado y divinal, cubriendo su «misterio» bajo el dosel de la autoridad divina. Ciertamente, el cambio operado en la teología católica respecto a la doctrina del Po ha sido radical: se ha pasado a discutir en torno al ser de ésta, sin duda venerable creencia. Con todo, los propugna- dores del cambio radical me parece podrían perfectamente hacer suyas estas alentadoras palabras de san Jerónimo: « Pues ¿q u é? ¿condenamos a lo s antiguos? De ningún modo. Continuamos mas bien su mismo empeño, trabajando lo que podem os en la casa del Señor» 16. Alejandro V il l a l m o n t e 16. «Quid ergo, damnamus veteres? Minime. Sed post priorum studia in domo Domini quod possumus laboramus» ( Apolog. Adver. Rufinum, II, 25: PL 23, 470).

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