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EL PECADO ORIGINAL EN SU HISTORIA 167 cuya venida al mundo no tiene sentido si no es para reparar las ruinas ocasionadas por el primer Adán. La afirmación bíblica de que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza sirvió de campo de cultivo para una visión idealista también en el campo teológico: la noble crea- tura humana, hecha a imagen y semejanza de Dios, no podemos aceptar que, connaturalmente, esté sujeta a tanta miseria. Sólo la propia culpa ha introducido el mal en la historia del hombre. Así, pues, la teología de Adán —concomitante y elemento esencial en la teología del Po — , carece de fundamento sólido en la Escritura. Esta nada tiene de idealista en su modo de ver al hombre. El verda­ dero origen de la teología adánica hay que buscarlo en las cercanías del idealismo de mitos y filosofías ajenas al cristianismo. Y también, en no pequeña medida, en los sistemas dualistas —la gnosis y el mani- queísmo— que también interpretaban los males que sufren el hombre como consecuencia de su caída de un estado paradisíaco anterior: eter­ no ensueño de la humanidad sufriente, según expresa Calderón por boca de Segismundo, «y soñé que en otro estado / mas lisonjero me vi». Castigo —justo o fatal— de un «antiguo pecado» cometido por la humanidad, es la existencia. Una visión objetiva y realista, que deja que el hombre sea hombre y no bestia ni ángel caído, no puede aceptar que las miserias de la historia humana se deban, por principio, al pecado de los hombres. Si bien éstos, al pecar, incrementan, sus connaturales sufrimientos. Y menos se ha de pensar que un «pecado originario» causó los abun­ dantes sufrimientos que padece la humanidad. ¿Cómo es posible seguir manteniendo la creencia de que el sufrimiento, la muerte, no existirían en nuestra historia, o que las tendencias agresivas y libidinosas del hom­ bre no serían tan fuertes si el «hombre primero» — individuo o gru­ po— no hubiera desobedecido al Señor? ¿Es posible seguir diciendo ésto la segunda mitad del siglo XX sin desprestigiar la aceptibilidad humana de nuestra fe? c) ¿Nace el hombre en desgracia de Dios? A los teólogos que parecen muy seguros de la respuesta afirmativa habría que hacerles la conocida pregunta: Y ¿cómo lo sabes? Porque para un cristiano que tiene ideas claras y fe cierta en la voluntad sal- vífica de Dios, en la influencia absolutamente universal de la Gracia no habrá modo de convencerle de que 'todo hombre’, al entrar en la existencia, antes de cualquier acción personal se encuentra ya en des-

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