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166 ALEJANDRO VILLALMONTE Esta interpretación coincide con la idea que los profetas tienen sobre el paraíso de Yahvé. Según los profetas del AT el pecado del pueblo no es un castigo por el paraíso perdido (o una consecuencia de una caída originaria). El pecado es lo que impide la llegada del hom­ bre al paraíso de Dios. Es decir, el paraíso es una realidad escato- lógica, que está delante del hombre como una promesa. Dios y su paraíso son el futuro del hombre. Si Gn 2-3 habla del paraíso al prin­ cipio es porque utiliza esquemas de la mentalidad mítica —que apa­ recen varias veces en la Biblia— , en virtud de los cuales el principio y el fin se corresponden. Los comienzos son divinales y prestigiosos porque son como un anticipo, una profecía del final perfecto hacia el cual marcha la historia. Por tanto, resulta una frase ambigua y oscura el decir que no entra en el plan divino que el hombre viador sufra física y moralmente. Que la tierra no sea para el débil ser humano un valle de lágrimas, en amplia medida, Dios lo quiere así, ya que todavía no ha terminado de realizar su proyecto sobre el hombre: está en devenir, el trance de alumbramiento. Y si el grano de trigo no muere no puede fructificar. Kóster quiere evitar el historicismo y literalismo ingenuo en la interpretación del Gn 2-3 acudiendo a la posesión virtual, por parte de Adán ( = de la humanidad originaria) del estado de santidad y jus­ ticia con su concomitante inmunidad de todo sufrimiento. Esta teo­ ría es un sucedáneo de la tradicional, pero creo que la desmejora nota­ blemente. Porque la narración simbólico-mítica del Gn 1-3 es suscep­ tible de una interpretación rica y fecunda precisamente por la ductibi- lidad y maleabilidad propia del lenguaje y género literario que utiliza. Pero esta teoría sucedáneo que Kóster indica — siguiendo las propues­ tas de Alszeghy-Flick— pierde todas las ventajas. No conserva la fe­ cundidad y flexibilidad del símbolo-mito y no logra el rigor de una teoría demostrada razonable. Queda en simple teologúmeno sin fuerza significativa ni desmostrativa (cf. II, 244 s.). Los mitos, las filosofías y las teologías que hablan de los comienzos paradisíacos de la humanidad y luego la presentan caída, por su culpa, en un valle de lágrimas, todas son resultado de una vivencia y refle­ xión idealista sobre el ser auténtico del hombre histórico. San Agustín es sincero cuando dice que su convicción acerca del estado decaído en que se encuentra el hombre ya la había adquirido él en su lectura de los escritos de los filósofos; pero la Escritura le ha ofrecido una mejor versión de los hechos y, sobre todo, una medicina para curar la natu­ raleza humana tan profundamente herida: Cristo, el Médico/Redentor,

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