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160 ALEJANDRO VILLALMONTE docente y definítoria radical del Tridentino —mantener el dogma de la necesidad de la Gracia y de la impotencia soteriológica del hom­ bre— no necesitan de la teoría teológica del Po para ser mantenido en toda su integridad. E incluso lograremos que el Misterio de Cristo en su totalidad, pueda ser mejor comprendido y vivido que cuando no se le contemplaba sombreado, oscurecido en parte, por la figura de Adán y de su pecado original. El concilio de Trento, respondiendo a la teología de la época, utiliza la teoría del Po como elemento subsi­ diario en su afirmación de los mencionados dogmas o verdades básicas del cristianismo. Pero tales verdades fundamentales puede exponerlas cumplidamente la teología católica actual sin el recurso al teologúmeno del 'pecado originaP 12. El texto del Tridentino no debe ser interpretado dentro de un 'espléndido aislamiento’. Fue proferido por el concilio con la convicción de que, en esta su afirmación del Po, estaba apoyado por la Escritura (como expresamente lo dice), por la Tradición y por la razón teoló­ gica que lo contextualizaba dentro de la analogía de la fe; e.d., en el contexto de otras importantes verdades teológicas. Ya temos visto como el fundamento bíblico no existe: el Po no es doctrina bíblica. ¿Tendría apoyo en la analogía de la fe, en el contexto de otras verdades reve­ ladas? En realidad el Tridentino no hizo sino «canonizar y solemni­ zar» una conclusión teológica que la Tradición venía manteniendo como segura. Pero, ¿era, de verdad, segura aquella conclusión teológica ? 3. El Po ante la razón teológica También en este aspecto me permito señalar una laguna en el tra­ bajo de Kóster al historiar la doctrina del Po en el siglo XX. Particular­ mente cuando llegaba el momento de hablar de la controversia surgida en los dos últimos decenios. El razonamiento teológico a favor del Po viene ya estabilizado, desde san Agustín, en este o similar silogismo: Todo hombre, sin posi­ ble excepción, necesita de la gracia salvadora de Cristo. Esto implica que todo hombre es pecador, al menos con el pecado original. Incluso el niño recién llegado a la existencia. Son bien conocidas las luchas seculares de los teólogos católicos para eximir a María de la férrea ley del Po, pues creían muchos que era sacarla de la zona de influencia 12. Un comentario al texto del concilio de Trento en A. V illalmonte , Qué « enseña » Trento sobre el pecado original, en Naturaleza y Gracia 26 (1979) 167-248.

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