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EL PECADO ORIGINAL EN SU HISTORIA 151 — se abandona el procedimiento de argumentar por «autoridades», si antes ellas mismas no han sido sometidas a un control crítico para apurar el sentido auténtico de los textos en que se expresan, — se acepta la teoría de los «géneros literarios» en la Biblia, tan combatido por la ortodoxia católica en los primeros decenios de este siglo. Hecho éste que, unido al mencionado antes, lleva a una valora­ ción nueva de los textos escriturísticos aducidos a favor del Po. — Hoy día parece ya inevitable aceptar, en sus líneas generales, los postulados fundamentales de la teoría evolucionista en cuanto al origen del cosmos y de los seres de nuestro planeta, incluido el hom­ bre. Pero el evolucionismo no queda reducido a una teoría empírico- científica, se aplica a la historia del hombre y de sus creaciones cultu­ rales, a la concepción misma del ser. La concepción estática, inmovi- lista, parmenídica ser que-er, que «esti-siendo», deja paso a una con­ cepción dinámica, progresiva, heraclídea en que el devenir prima sobre el ser o «estar». Con esta visión dinámica y progresiva del ser y de la historia se problematizan enérgicamente los presupuestos mentales- culturales sobre los que asentaba la protología tradicional, edificada sobre la historicidad literal, ingenua de los relatos místicos-simbólicos de Gn 2-3. Las llamadas a la reformulación de la antigua protología teológica, a los comienzos de la historia sagrada, se dejan oír desde todas las direcciones. Veamos el resultado. 2. Nueva comprensión de los comienzos de la historia de la salvación Desde finales del siglo X IX hasta el presente pocos textos del AT habrán sido sometidos a tan reiterado estudio y revisión como el de Gn 1-3. Teólogos de varias confesiones cristianas —escrituristas y sis­ temáticos— han laborado en la empresa. También durante decenios esos textos han sido empleados como parapeto para impedir el avance de las teorías evolucionistas respecto del cosmos y del hombre. Ahora es posible ver ya las limitaciones y hasta pobreza mental de aquella exégesis. Si circunstancialmente tuvo alguna utilidad lo dejamos a los historiadores. Ahora ya no la tiene. La descripción que Kóster hace de las diversas opiniones y sus sus­ tentadores tenía que ser rápida. Pero es suficiente para advertir la difi­ cultad de llegar a un acuerdo. La opinión de los escrituristas se entre­ laza con la de los teólogos sistemáticos. El motivo es que la exégesis no puede menos de influir en la sistemática y ésta en la exégesis.

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