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118 DOMINGO MONTERO Francisco, exegeta de la Palabra a) Una premisa Antes de hablar directamente de Francisco como exegeta quisiera poner de relieve un aspecto menos funcional y más personal. Francisco, exégesis de la Palabra. Francisco no tanto intérprete cuanto «interpre­ tado». El mismo se presenta como «penetrado», «interiorizado» por la Palabra. En su búsqueda de sentido no se acerca a la Escritura para esclarecerla sino para esclarecerse, porque la luz está en ella, no en él. No es, pues, Francisco quien da sentido a la Palabra sino que ésta es la que da sentido a Francisco. Tan «desprogramado» es su encuentro que siempre resulta novedoso y sorprendente. No va a confirmar sus opciones ni a legitimarlas bíblicamente; va a conocerlas, a descubrirlas. «El Señor me reveló... Nadie me mostraba qué debía hacer sino que el mismo Altísimo me reveló» (Cf. 1 C1 22). Los textos bíblicos no son algo ornamental en su vida, sino fun­ damental en su más propio sentido. Con esta breve premisa podemos intentar precisar algunos rasgos individuales en la «lectura» bíblica de Francisco. Algo ya ha sido apuntado más arriba. Nos limitaremos a unos datos estadísticos y a una valoración global de los elementos más significativos. b) Las citas de la Escritura Precisar el número de citas bíblicas insertas en los escritos autén­ ticos de san Francisco podría, en principio, suponer una ayuda para descubrir el conocimiento y el uso que el Santo hacía de los textos sagrados. Sin embargo esta tarea no resulta fácil, ni se ha revelado muy convincente en sus resultados, al adolecer de una falta de crítica textual bíblica objetiva. Aun sin entrar en el conocido problema de los «amanuenses» o escritores del Santo, cuya influencia, al menos reda- cional, es discutida. K. Esser afirma que, puesto que en algunas obras como «Epístola a un ministro», «Epístola a los custodios», «Saludo a las virtudes» y «Testamento» no hay ninguna cita bíblica, ha de suponerse que son obras menos retocadas que las otras en las que abundan las citas bíbli­ cas. Y, por tanto, de esa abundancia de citas no es lícito concluir nada

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