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116 DOMINGO MONTERO Cíe 1. 12; 1 Cta. Cuts 2. 5; Cta O 35), «palabras de N. S. Jesucristo» (2 Cta. F. 3), «palabras del Espíritu Santo» (2 Cta. F. 3), «palabras del Señor» (Adm 1, 9; 2 Cta. F. 3; 1 Re 22, 20). Esta última denominación se revela susceptible de interpretaciones diferentes: — alude a las palabras consecratorias eucarísticas (Cta. Cíe. 1; Adm.. 1, 9); — designa los escritos litúrgicos (Cta. Cíe. 12; Cta. O. 35); — califica las palabras de la predicación eclesial (Test 13; 2 Cta. F. 34-35). Sí usa el término «evangelio», ocho veces y siempre en singular, como sigla para expresar el proyecto de vida personal y comunitario de la fraternidad (2 Re 1, 1; Test 14). De este uso puede extraerse el doble nivel de comprensión que de él hace san Francisco: como escrito (2 Re 5, 3, 14) y como «buena noticia» de Jesucristo (1 Re 22, 38; 2 Re 1, 1); resaltando que en todos los casos el término evan gelio aparece precedido del calificativo «santo». De este breve análisis pueden extraerse algunas indicaciones de la hermenéutica bíblica de san Francisco: valor sacramental de las «pala bras del Señor», y su conexión con la Eucaristía (Cta. Cíe. 3; 2 Cta. F. 34; Adm 1, 1-13; 1 Cta. Cust. 2-5; Cta. O. 5-13; Test 6-13...); la eclesialidad de la Palabra (2 Cta. F. 34-35); su carácter pneumático (Test 13; 2 Cta. F. 3); la extensión del concepto «palabras de Dios» a las palabras auténticas de la Iglesia (Test 13; cf. los documentos del Concilio Vaticano II donde la expresión «palabra de Dios» englo ba la palabra viva de la predicación cristiana: DV 7. 8). Y no deja de tener relevancia el hecho citado por Celano (1 Ce 29, 82): tam bién en los escritos paganos «pudiera encontrarse el nombre del Señor o algo relacionado con éste». Dos notas me parecen particularmente interesantes para compren der la actitud de Francisco ante la Palabra de Dios; ambas las apunta Tomás de Celano: «ipsum semper inhabitasse Scripturas» (II, 104), y «buscar en ella (la Escritura) al Señor Dios nuestro» (II, 105). Comenzando por esta última. Francisco no tiene una comprensión mecánica del texto sagrado; su contenido revelador puede quedar blo queado o tergiversado por la «incompetencia» del lector/oyente. En el acercamiento a «las divinas letras» pueden buscarse otras cosas, o buscarse a sí mismos (cf. Adm 7). Francisco propugna una escucha/lectura dinámica, abierta, orante- contemplativa. Podríamos decir que trans-textual, ya que su interés no
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