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SAN FRANCISCO Y LA BIBLIA 125 La paradoja de la Escritura consiste, precisamente, en que empo­ brece a los que quieren servirse de ella y enriquece a quienes, como pobres, la escuchan, oran y dan gloria a Dios. Y aquí residía el secreto de Francisco. «Hermanos míos, la teología de este hombre, asegurada en la pureza y en la contemplación, es águila que vuela; nuestra cien­ cia, en cambio, queda a ras de tierra» (2 C1 103). De aquí se deriva la convicción de que fue el Señor quien le re­ veló... «y nadie me mostró lo que debía hacer»; y la de que todos los que así se acerquen al estudio de la Escritura «llegarán fácilmente del conocimiento de sí al conocimiento de Dios» (2 C1 102). Pero esta inteligencia espiritual, contemplativa, tiene su estructura. En primer lugar, respeta y escucha el texto: «La primera sorpresa que espera al exegeta al examinar los textos utilizados por Francisco, así como la explicación que hace de los mismos, consiste en que, salvo en dos o tres casos, los textos son comprendidos y aplicados en su sentido verdadero, tal como la exégesis actual se esfuerza en ponerlos de manifiesto. No hay contrasentidos, ni siquiera de acomodación» 20. Escucha desde una convicción: es presencia de Dios. Francisco no conoce de antemano, se acerca a la Escritura para ver «...entremos mañana de madrugada en la Iglesia y pidamos consejo a Cristo, con el evangelio en las manos» (2 C1 16). Y desde una actitud de verificación personal. «Con la mayor dili­ gencia buscaba y con toda devoción anhelaba saber de qué manera, por qué camino... podría llegar a unirse más íntimamente al Señor» (1 C1 91). Abierto a todos: «Esta fue siempre su más alta filosofía, esta la suprema ilusión que mantuvo viva a lo largo de su vida: ir conociendo de los sencillos y de los sabios, de los perfectos y de los imperfectos (contemplación indirecta), cómo pudiera entrar en el camino dela ver­ dad y llegar a metas más altas» (1 C1 91). Y, sobre todo, abierto a Dios: «Se llegó un día ante el sagrado altar construido en el eremitorio en que moraba y, tomando el códice que contenía los sagrados evangelios, con toda reverencia lo colocó sobre él. Postrado en la oración de Dios, no menos con el corazón que con el cuerpo, pedía en humilde súplica que el Dios benigno, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, se dignara manifestarle su voluntad... Levantóse luego de la oración,con espíritu de humil- 20. Th. M atu ra , Cómo lee e interpreta Francisco el evangelio, en Seleccio­ nes de Franciscanismo 1978, 17.

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