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124 DOMINGO MONTERO Dios te creó y te formó a imagen de su querido Hijo según el cuerpo, y a semejanza suya según el espíritu». Semejante procedimiento utiliza también para los textos neotestamentarios (cf. Adm 5 los desarrollos de 1 y 2 Cor, así como no pocas Admoniciones y secciones de sus Cartas). d) Inserción de textos neotestamentarios No es un recurso infrecuente. De este modo subraya la unidad de ambos Testamentos, el cumplimiento del AT en el NT y el sentido profètico de los textos veterotestamentarios. La dimensión de esos tex­ tos o cuñas neotestamentarias es variable; desde una frase larga a un mero título cristologia) o trinitario. Así, en el Oficio de la Pasión (15, 7) a la cita del Salmo 117, 24 «Este es el día que hizo el Señor» yuxtapone el texto de la liturgia de la noche de Navidad: «porque se nos ha dado un niño santísimo y amado y nació por nosotros (Is 9, 5), fuera de casa (origen litúrgico) y fue colocado en un pesebre, porque no había sitio en la posada». Texto éste paradigmático de la confluencia de los varios elementos que caracterizan la lectura de Fran­ cisco: el bíblico, el litúrgico y el devocional personal. Como ejemplos de inserción de títulos puede verse en el Oficio de la Pasión 14, 1; 7, 9 ... En todo caso, resulta evidente que el acceso de Francisco al AT es «cristiano» al realizarlo fundamentalmente desde la liturgia de la Iglesia. 3. Acercamiento contemplativo «Aunque este hombre... no había hecho estudios científicos, con todo, aprendiendo de Dios la sabiduría que viene de lo alto e ilustrado con las iluminaciones de la luz eterna, poseía un sentido no vulgar de la Escritura» (2 C1 102). En la Admonición 7.a, que constituye un verdadero tratado de hermenéutica, se contemplan dos tipos de lectura, uno asentado en la suficiencia del método y en la autosuficiencia personal —letra— , y otro en la apertura al Espíritu, reconociendo a Dios como origen y meta de todo bien —espíritu— . La lectura que Francisco propone no es arbitraria ni caprichosa­ mente subjetiva. Parte de aquella convicción paulina de «que el hom­ bre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios, pues sólo el Espíritu puede juzgarlas» (cf. 1 Cor 2, 6-16).

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