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EL MAESTRO CRISTIANO A LA LUZ. 109 do armónicamente sin traumas ni espejismos, siempre dentro del mar­ co de un sano progreso. e) El maestro cristiano debe ayudar al alumno a descubrirse como persona libre y responsable, individual y socialmente, y, en consecuen­ cia, a que asuma su papel en la sociedad. Por eso, llevará progresiva­ mente al alumno a asumir de una manera consciente y responsable el ejercicio de su libertad, de suerte que, dueño de sus actos, puede prescindir progresivamente de sus educadores. f) La educación para la libertad comporta una paralela formación de la persona para la justicia, la convivencia y la participación, tanto en la vida política, social y cultural, como en la tarea misionera de la Iglesia. g) En su condición de cristiano y como educador de creyentes en Jesús de Nazaret, el educador debe ser capaz de transmitir su fe, no sólo con su ejemplo, sino también dando razón de su misma fe a los alumnos, de suerte que, dentro del pluralismo religioso, quienes han dado su fe a Cristo encuentren en el maestro un auténtico acom­ pañante, que les ayude a madurar en la dimensión personal y eclesial de su fe. En este campo son dignas de tenerse en cuenta las recientes palabras de Juan Pablo II en su Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo del año 1985, y que se puede aplicar el educador cristiano: «Sabremos también estar con ellos, en cada una y en cada uno, en medio de las pruebas de los sufrimientos, de los que la juventud no está ciertamente exenta. Sí, a veces las ha de soportar pesadamente. Son sufrimientos y pruebas de diverso tipo; son desilusiones, desen­ gaños, verdaderas crisis. La juventud es particularmente sensible y no siempre está preparada para los golpes que la vida conlleva... Hay que ayudarles en estas inquietudes a descubrir su vocación. Es nece­ sario a la vez sostenerlos y afianzarlos en el deseo de transformar el mundo y de hacerlo más humano y fraterno» 20i. Ludivina S astre R omo 203. J uan P ablo II, Carta del Papa a los sacerdotes con ocasión del Jue­ ves Santo, en Ecclesia 1985, 395.

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