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108 LUDIVINA SASTRE ROMO de Cristo, la educación cristiana debe tratar de llevar al hombre a en­ carnarse en la vida a través de la familia, la profesión y el trabajo, de suerte que se vivan todas las realidades humanas, no como algo absoluto y definitivo, sino como inicio del Reino hacia el cual debe orientarse todo. 5 ) En la parte dedicada al maestro cristiano, se ha podido obser­ var la importancia máxima de contar con auténticos educadores. a) He tratado, ante todo, de demostrar la necesidad de que el maestro sea (con toda la carga ontologica que indica el verbo ser ) una persona rica como persona. Y realizada, dentro de los límites que im­ plica toda existencia humana. El educador debe ser ejemplo de virtu­ des humanas, como son el dominio de sí mismo, la acogida, la amistad, el perdón, etc. No debe perder de vista el educador que el alumno se fijará siempre en él como paradigma de todo cuanto enseña. Las reiteradas llamadas de Juan Pablo II a procurar una gran riqueza de valores éticos y morales debe ser una consigna para el educador cristiano. b) Pero, sobre todo, el educador cristiano debe presentarse ante sus educandos en su condición de hombre de fe, que se ha fiado y se fía de Jesús de Nazaret y de su mensaje y le confía su existencia en una vida de fe coherente con su opción por Cristo. Hoy, más que nunca, dentro del pluralismo religioso que se ha impuesto en España, el testimonio de una fe madura dará al educador una fuerza persuasiva contundente en toda su misión educadora. c) El educador cristiano debe ser auténtico profesional en los dis­ tintos campos de la educación. Consciente de que Dios, en primer lugar, y después la familia, la sociedad y la Iglesia le han confiado respectivamente la formación integral de los futuros protagonistas de la familia humana, el maestro cristiano debe vivir en una actitud abierta al progreso de la cultura y de los distintos cambios de la sociedad y de la Iglesia, de suerte que sus palabras clarifiquen los nuevos pro­ blemas que golpean despiadadamente la conciencia de sus educandos. d) El educador cristiano ha de ser consciente, en su tarea educa­ tiva, de que, ante todo, hay que salvar a la persona humana. Este criterio general le llevará a valorar a cada uno de sus alumnos en su individualidad concreta, descubriendo y colaborando con el alumno, para que el potencial (poco o mucho) que atesora se vaya desarrollan-

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