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EL MAESTRO CRISTIANO A LA LUZ. 107 comprende la necesidad de educar al hombre desde y en esta perspec­ tiva cristiana. Por eso, la Iglesia ha defendido siempre la necesidad de educar a los niños, primero por parte de sus padres, «primeros edu­ cadores de la fe de sus hijos» (GE 3) y después a través de las dis­ tintas instituciones de la Iglesia, en una comprensión de la existencia de signo trascendente y cristiano. 3) La tarea educativa tiene unos cauces bien definidos, que derivan de la misma naturaleza del hombre como ser social y de la revelación divina. Tales son las familia, la sociedad civil y la Iglesia. Los padres, como instrumentos de Dios en la procreación de los hombres, son los primeros obligados a promover la educación integral de sus hijos en sus distintas vertientes: física, social, cultural y religiosa. La sociedad civil, por su parte, tiene una misión subsidiaria, que se cifra en suplir aquellos aspectos a los cuales los padres no pueden llegar. La Iglesia, de otro lado, a través de sus instituciones, tiene igual­ mente el derecho y el deber de colaborar con los padres en el ámbito de la educación integral de sus hijos. Pero, no se debe perder de vista la enseñanza conciliar antes citada (cf. GE 3). Lo que importa sobre todo es que las tres instituciones, buscando el bien de la persona en el desarrollo integral de todas las vertientes, colaboren armónicamente en el logro de la maduración de la persona humana. 4) El derecho y el deber subsidiario, tanto de la sociedad como de la Iglesia en el campo de la educación se ejerce a través de un cauce que se hace indispensable en la práctica, cual es la escuela. La escuela, de hecho, es el cauce institucional a través del cual, tanto el Estado como la Iglesia, llevan a cabo su misión en la educación integral del hombre. La escuela debe ser «caja de resonancia» de los auténticos valores humanos, culturales, sociales y religiosos, de suerte que el niño perciba armónicamente su condición personal, su respon­ sabilidad social y el sentido trascendente de su existencia. Dentro, sin embargo, de una sociedad fuertemente escorada hacia el lado materialista y hedonista, la escuela católica tiene una misión bien definida y concreta: imbuir de sentido cristiano toda la existen­ cia, lo que equivale a educar para el amor, a semejanza de Cristo, viviendo en el mundo, pero relativizando los valores humanos y supe­ ditándolos a los valores del Reino. Esto no quiere decir que la educa­ ción cristiana haya de minusvalorar los aspectos humanos, culturales y sociales. Todo lo contrario. Siguiendo los caminos de la encarnación

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