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82 LUDIYINA SASTRE ROMO El amor hace posible que el educador se preocupe por cada alumno y que no generalice. Todo educador que quiere de verdad a sus alum­ nos, es consciente de que «no trata con hombres abstractos, sino con personas , concretas, his­ tóricas. Se trata de cada hombre, porque cada uno ha sido compren­ dido en el misterio de la Redención y con cada uno se ha unido a Cristo, pero siempre, por medio de ese misterio» 125. Como consecuencia, el educador huye de generalizaciones que igno­ ran a la persona en concreto, con su vida pasada y presente, con sus ilusiones, proyectos y con su capacidad de decidir libremente. El educador que ama, concede especial importancia al contacto directo y personal con cada uno de sus alumnos, «se adapta con prudencia a cada alumno, con la distancia suficiente para no suplantar o ahogar su iniciativa y con la cercanía necesaria para animarle, ayudándole a descubrir y valorar lo que ha consegui­ do y lo que es capaz de lograr» 126. Este tipo de educador concede gran importancia al diálogo: en este trato individual los descubre como personas porque «trata de escucharles, de situarse en su punto de vista, dedescubrir su modo de pensar, sus actitudes, sus deseos expresoso implícitos, sus dificultades, su temperamento; les ayuda a observar, a reflexionar, a salir de sí mismos; sabe suscitar en ellos la iniciativa, la creativi­ dad, la expresión, la comunicación, la cooperación, la responsabili­ dad...» 127. Bella y dura es la tarea del maestro: no es fácil que cualquiera, hombre o mujer, pueda realizarla. Será capaz aquél que desde el amor a sus alumnos fecunda en ellos la libertad y la fe: «Sólo el amor genera libertad, porque sólo el amor es el cimiento en que se asienta el mundo personal. Sólo desde el amor es posible mi­ rar al mundo confiados...»128. 125. J u a n P ablo II, Redemptor Hominis, Madrid 1979, 34, 12-13. 126. El religioso educador, 21, n. 18. 127. Ibid., 13, n. 10. 128. O . G o n z á le z d e C a r d e d a l, o . c., 29.