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22 GERMAN ZAMORA los oyentes de sus contrarios en la facultad de artes jamás pasaban a oír teología en aulas regentadas por maestros de distinta opinión y que lanzaban el «feísimo apodo» de fanáticos a la cara de cuantos no hubieran sido alumnos de la escuela tomista, manipulándose ese baldón para marginar a profesores eminentes, sin consideración a su mérito y con grave peligro de decadencia de la universidad. «Nos consta muy bien — escribían— que se ha usado del terrible borrón de fana­ tismo y laxitud para cubrir de ignominia el relevante mérito de algunos profesores dignísimos» 21. Este estado de cosas, en el que participaba ya toda la universidad, obligaba a admitir a Nava, en aquel mismo mes de octubre, que en Cervera sería necesario «fundir de nuevo las incli- 21. Ibid. Memorial de los catedráticos antitomistas de Cervera. Puede verse también en el AHNC, leg. 50896. El celador de la universidad retrata­ ba, en 1781, la personalidad de algunos de esos antitomistas muy peyorati­ vamente, al objeto de excluirlos de la cátedra de vísperas de teología, a que aspiraban. De Pelfort escribe que era el caudillo del «partido de los ex­ tintos», cuyas máximas y doctrina seguía. De Salvado aseguraba que, pese al «real apercibimiento», seguía haciendo alarde de «sostener con descaro el fanatismo». El increpado M. Salvado respondería vigorosamente en 1783 con una apología al nuevo secretario del Despacho Universal de Estado, Gracia y Justicia, José Moñino. Del cariz de su alegato son testimonio reve­ lador las siguientes frases: «Harto terrible se hacía el ceño con que los re­ gulares, que dominaron siempre en la escuela tomista de esta universidad, miraban a todos los que en tiempo antiguo habían cursado, como yo, en la escuela jesuítica. Ha sido empeño antiguo de los dominicos de esta univer­ sidad el que se había de ju rar en las palábras de santo Tomás, de manera que en tiempos antiguos los que cursábamos la escuela jesuítica, en el día proscrita, nos titulábamos tomistas moderados, en contraposición a los otros, que querían ser, y apellidábanse, tomistas rígidos. No sólo no tenemos ley real que nos obligue a seguir y ju rar el Perip-ato de santo Tomás, sino pro­ videncia superior que nos lo impide, y decreto positivo de que en materias aun teológicas no juremos en ningún doctor...». Por ello se admira de que, estando ya extinguidas todas las escuelas, haya catedrático empeñado —se refiere a Sebastián Prats— en hacer ju rar a sus alumnos «la que él juró y votó, cuando mozo, en su Orden», que no era otra que «el Peripato, refor­ jado en el yunque de santo Tomás». De «hombres que están colgados de la boca de un fraile al oirle referir maravillas del Peripato... hay muy poco que esperar». A la actitud intransigente de los maestros dominicos en Cer­ vera opone la de los agustinos y franciscanos, «de los que nadie será cier­ tamente sospechoso de haberse criado con preocupaciones de fanatismo». En fin, revelando la motivación de su apología —autodefensa contra un ata­ que del P. Prats— concluye: «Será posible que la verdad de los hechos esté estancada en la boca de dos o tres regulares de santo Domingo, y de cua­ tro o cinco discípulos suyos, tan jurados en defender ciegamente su partido como en perderme, por necesitar de uno y otro para levantarse sobre mis ruinas». En respuesta se le haría saber que se lo consideraba, en el Conse­ jo, demasiado adicto a la escuela jesuítica, por cuya razón se torpedeaban sus aspiraciones a cátedras; Salvado se retractaría (memorial de 4.1.1783) y obtendría la de moral de casos {ibid.).

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