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296 CAMILLE BERUBE por hallarse la tradición manuscrita ligada estrechamente a la de al­ gunos escotistas, sobre todo, al aragonés Antonio Andrés. Los datos esbozados presentan un problema de envergadura sobre la cualidad y autenticidad doctrinal de una escuela así formada y di­ fundida, escuela que, con el tiempo, obtuvo el puesto de enseñanza ofi­ cial entre los Frailes Menores, en competencia con otros doctores, co­ mo Alejandro de Hales, san Buenaventura, Ricardo de Mediavilla o Francisco de Meyronnes; y más, habida cuenta de lo que afirmaba el capítulo general de Todi, en el año 1500: Ad acumina Scoti non om- nes idonei sunt. De la expansión del escotismo durante los dos primeros siglos ofre­ cen muchos testimonios los manuscritos llegados hasta nosotros e, igual­ mente, las ediciones de las obras de Escoto y de los escotistas. Sin em­ bargo, el testimonio de más valor fue probablemente la amplísima par­ ticipación de teólogos escotistas en el concilio de Trento. Es sobrada­ mente conocido el aserto del cisterciense Juan de Caramuel y Lobko- witz (1606-82): Scoti Schola numerosior est alus simul sumptis4. Por su parte, las actas del Concilio dan fe de que los escotistas componían un tercio de los teólogos oficiales del mismo. Los historiadores no va­ cilan al hablar del «despliegue maravilloso» de aquella escuela en los siglos XVI-XVII, no menos que de su decadencia en los dos siguien­ tes, como de la de las restantes escuelas, por razones generales comu­ nes y bien conocidas de la historia. Sería, con todo, ingenuo el representarse tal despliegue del escotis­ mo como resultado de un conjunto feliz de circunstancias que hubie­ ran favorecido su desarrollo, ignorando las dificultades que hubo de superar, lo mismo dentro que fuera de la Orden franciscana; o negarlo por prejuicios de escuela y de partidismo, o de la ignorancia sistemáti­ ca de cuanto reciba el epíteto de medieval. Los debates acerca del cul­ tivo de la ciencia en la historia del franciscanismo prueban que a ve­ ces fue puesto en entredicho en nombre de la piedad y de la pobreza, como se vio ya en la época de san Buenaventura y volverá a verse en los orígenes de la mayoría de los movimientos reformistas y de re­ torno al estado primitivo de la Orden franciscana y a la concepción de la ciencia «piadosa» del Doctor «Seráfico» en oposición a la ciencia «especulativa» del Doctor «Su til»... 4. Theologia fundamentalis II (1661) d. 10.

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