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272 ADOLFO GONZALEZ MONTES ti capite\ esto es, en cuanto representación de la capitalidad de Cristo, origen de la unidad y fundamento verdadero y único de la comunión eclesial. No se trata de sustraer al laico a su específica vinculación a Cristo, adquirida por él en virtud del bautismo, mediante el cual se ha incorporado a la unidad eclesial del cuerpo de Cristo, obra del único Mediador por el bautismo uno, como acceso al Padre uno (Ef 2, 18; 4, 4-6), origen y hontanar de la unidad permanentemente recreada por el Espíritu Santo en la Iglesia. Se trata, mas bien, de ver que la rela­ ción que el laico dice a la unidad de la Iglesia es otra que la que co­ rresponde al ministerio ordenado en virtud de la ubicación del laico en la comunidad. Mientras el ministro ordenado tiene que ver con la acción propia de Cristo, mediante la representación de la persona del ministro, que hace de los miembros de la Iglesia su cuerpo y pléroma (Ef 1, 10; Col 18-19), la relación que guarda el laico con la unidad de la Iglesia corresponde a su condición de «testigo e instrumento» de la misión de la Iglesia, sacramento de la unidad del género humano. Esta relación se da en él en aquella medida del don de Cristo que per­ tenece a su condición de miembro de la Iglesia ubicado en la seculari- dad del mundo, lugar permanente de su testimonio y misión. 2. El servicio laical a la unidad desde la secularidad Es en el mundo donde el laico lleva a cabo su servicio a la unidad de la Iglesia, pues al seglar cristiano pertenece una función centrípeta que sólo ejerce mediante la expansión de la concordia en Cristo que existe en el interior de la Iglesia. Esta expansión o movimiento misio­ nero —que de ningún modo es centrífugo, pues si es un movimiento de ida, también lo es de vuelta y centramiento de los hombres en Cris­ to— tiene como objetivo la restauración del orden temporal en Jesu­ cristo, según la mentalidad del Concilio8. La teología posterior a a asamblea conciliar se ha esforzado en acla­ rar que la relación que el laico tiene con la secularidad no es un ele­ mento determinante de su condición de cristiano, ya que pertenece a cualquier hombre. No es la secularidad la que lo hace cristiano, lo cual no ofrece mayor dificultad. La secularidad es coordenada de la exis­ tencia de todos los hombres como seres-en-el-mundo, para decirlo con 8. C o n cilio V aticano II, Decreto sobre el apostolado de los seglares «Apos- tolicam actuositatem», n. 7; cfr. también LG, n. 31.

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