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EL CRISTIANO AL SERVICIO DE LA UNIDAD 289 ciudadanos el cúmulo de humanidad que es patrimonio de las iglesias históricas cristianas. Hoy se narra la historia del cristianismo como la historia de un bloqueo sistemático al progreso de la historia de la li­ bertad y de la humanización, con intenciones difíciles de disimular. ¿Dejarán los seglares cristianos la inspiración de la historia de la liber­ tad en manos de las ideologías alternativas a la fe, o a posturas indi­ ferentistas, de cuño casi siempre materialista, que ahogan paulatina­ mente la trascendencia del hombre? Si los cristianos cedieran a una fá­ cil actitud polémico-apologética, habrían errado, sin duda, el camino de la paz social en el marco de la modernidad. Si callaran la verdad del hombre y del mundo que emana del Evangelio, traicionarían esa paz, en cuanto de proféticamente convulsivo la paz de Cristo representa: «Y o no he venido a traer la paz, sino la espada. Sí, he venido a enfren­ tar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y sus propios familiares serán los enemigos de cada cual» (Mt 10 , 34 - 36 ). Concluiré esta reflexión sobre el compromiso del laicado con la unidad y la paz para los hombres desde la unidad de la Iglesia. No po­ demos atender aquí a cada uno de los derechos humanos, sino postular tan sólo que el laicao haga de ellos objetivo de su empeño apostólico secular. Pensar que la paz social pasa por la capitulación ante las exi­ gencias del anuncio utópico del mensaje escatológico del Sermón del Monte, es de hecho ponerla en peligro. Siempre cabe aproximarse in­ definidamente a tan alta meta. Sin Dios no puede haber futuro para el hombre; ahora bien, la aportación específica de los cristianos sí que pasa por una búsqueda de convergencia con los movimientos humanis­ tas no teístas, y con los principios que rigen las sociedades sinceramen­ te democráticas. En este sentido, al seglar cristiano corresponde valorar técnicamente, y dentro del horizonte de la racionalidad que asiste a la historia de la libertad, las opciones que deben conducirnos a una ma­ yor pacificación de la sociedad. Sin tolerancia sería imposible. Resumiendo, sin embargo, todo programa apostólico en el ideal de las Bienaventuranzas que nos ofrece el Evangelio, la fe no puede que­ dar entregada a la sola racionalidad histórica. El reto del seglar cristia­ no estriba hoy en abrir caminos al Evangelio en el marco secular de la modernidad. La crítica a la Ilustración ya ha sido en gran parte realizada y los hombres de nuestro tiempo han descubierto ya la enor­ me ambigüedad que todo lo secular lleva en sí mismo. Adolfo G on zá le z M ontes Facultad de Teología. Universidad Pontificia S alamanca

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