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288 ADOLFO GONZALEZ MONTES Hoy estamos siendo bombardeados por la información hasta la sa­ ciedad, pero como aquello de lo que se nos informa es asimismo un producto de comercialización controlada, no se repara en las lesiones que pueda causar lo que se vende, sino en el beneficio que de ello se obtiene. Por referirme sólo a la degradación creciente del periodismo, aludamos de pasada a la sensación de acoso y triunfo por doquier del mal y la desgracia, como si de un fenómeno irreversible se tratara y nada digno de encomio aconteciera sobre el planeta. Sospecha e hiper­ crítica se sirven cada mañana o cada atardecer al lector angustiado de nuestros días; el mal es un negocio rentable. El fenómeno subyace a tantos casos de neurosis entregados a la clínica psiquiátrica, que en va­ no trata de desbloquear la culpa que atenaza la conciencia de los in­ dividuos sin solución fácil. ¿Qué pueden hacer los cristianos? Una vez más surge la pregunta inquietante por la confesionalidad de los medios de información, en este caso, como es obvio. Es evidente que este es un caso diferente al de la militancia laboral o política, pero aún así sólo puede darse sobre el principio de un pluralismo informativo que se debe fundar en el derecho a la libre circulación de las ideas, derecho fundamental del hombre, garantizado por la libertad de conciencia y de expresión como presupuesto inalienable. El cristiano no sólo debe reivindicar esta li­ bertad, sino que además debe combatir sin descanso contra las defor­ maciones interesadas de la verdad, contribuyendo de este modo a la creación de una conciencia recta 26. No se pierda de vista que la liber­ tad de conciencia y de expresión son, en verdad, el quicio de todo sis­ tema democrático; de ahí que se tienda por parte de los grupos de po­ der socioeconómico y político, sin disimulos, a controlar el justo ejer­ cicio de estos derechos. A ello deben resistirse los cristianos: tienen que prestar una particular atención a la voluntad intervencionista de los Estados o modelos de administración pública que incurren en tales violencias contra la dignidad del hombre y la paz social, pues afecta de una forma especial a la libertad religiosa y a sus manifestaciones. Nunca será esta libertad suficientemente defendida; no hay que capi­ tular ante la decidida voluntad de privatizar su alcance social por parte de los poderes públicos. En una sociedad postburguesa —se dice— la religión debe tornar­ se un asunto privado, como si se pudiera arrancar a la memoria de los 26. Cf. DH, n. 1.

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