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270 ADOLFO GONZALEZ MONTES porque la verdadera condición de la unidad del género humano se nos descubre sólo a la luz de la revelación divina. Es el desvelamiento de la paternidad de Dios por Jesucristo el verdadero fundamento de la unidad de los hombres. No es, pues, extraño que el último Concilio haya dicho de la Iglesia, cuando ha querido definir la naturaleza sacra­ mental de la misma en relación con el origen común de todo el género humano, que la Iglesia, en efecto, «es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la unión con Dios y de la unidad del género humano»2. Al hacerlo así, el II Concilio Vaticano ha contribuido a definir y delimitar la misión de la Iglesia en el mundo; y, por ello mismo, en la misma medida, el Concilio ha contribuido también, afir­ mando la naturaleza sacramental de la Iglesia, a esclarecer la función del laico como «testigo e instrumento» de la misión de la Iglesia. La función del laico al servicio del mundo no es otra que aquella que, en principio, es propia de todos los bautizados: aquella que emana de su participación en la confesión de fe, en la cual Dios es invocado como Padre común de los hombres; y en la que éstos son reconocidos co­ mo hermanos por ser hijos del mismo Padre. Bien se ve, en consecuen­ cia, que esta función viene pedida por la naturaleza teológica de la co­ munidad cristiana en cuanto tal, a la cual el laico pertenece por dere­ cho propio. Al laico corresponde como bautizado dar testimonio de esa unidad fundamental de los hombres, que los hermana y los apro­ xima al origen común, fuente de la vida y apelación permanente al amor, contenido verdadero y único de la vida participada por todos. Así lo expresa san Juan: «lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros esteis en comunión con nosotros. Y nos­ otros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo» (1 Jn 1, 3). El laico se halla así ante la misión de testimoniar la naturaleza una del género humano, tal y como le ha sido descubierta al hombre por la palabra divina de la revelación. Ahora bien, ¿cómo debe hacerlo?, ¿có­ mo puede él desempeñar esta función que le es propia como bautizado? Mas aún, ¿acaso no le pertenece esta misión del mismo modo que al cristiano ordenado ministro, esto es, al clérigo? El II Concilio Vati­ cano ha indicado, entre las funciones que expresan la realidad teológi­ ca del ministerio pastoral en la Iglesia, aquella que le corresponde ejer- 2. Ibid., n. 1.

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