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296 ADOLFO GONZALEZ MONTES ge el bien común general, que de ningún modo se identifica con el bien común de una sociedad nacional o el de un Estado. Sucede que los tra­ bajadores extranjeros son discriminados, del mismo modo que los mer­ cados de los países en desarrollo son amenazados por la defensa pro­ teccionista de los mercados consolidados. La falta de solidaridad im­ pide que los países más ricos puedan aumentar sus aportaciones al fon­ do de promoción del desarrollo de los países más pobres; cuando no han de sostener estos países, al precio de su pobreza, los precios de los productos que se han tornado poco competitivos de áreas económicas desarrolladas. Así, los fondos que deberían ir a parar a la promoción del desarrollo de los pobres terminan por atribuirse a partidas de sos­ tenimiento y subvención de esos productos no competitivos de los ri­ cos. Se mantiene de este modo la vigencia escandalosa de aquella cons­ tatación desgraciada que hiciera con acierto profetico el Papa Pablo VI, según la cual los pobres son cada vez más pobres, mientras los ricos son cada vez más ricos; o al menos mantienen las cotas de su riqueza protegiéndolas con su egoísmo25. Al laicado cristiano corresponde empeñarse por esta difícil frontera de la paz. Urge desechar un sindicalismo que se ha convertido en un poder de presión social que también violenta la paz. Siempre será una instancia profètica la fe capaz de desenmascarar la precariedad de una paz social que sólo esconde pactos de egoísmo y, por ello, mera ausen­ cia interesada de hostilidades. A nadie se le escapará, ciertamente, que este compromiso cristiano sólo podrá llevarse a cabo, si la combativi­ dad sondical toma por meta de sus acciones presionar sobre todo or­ denamiento jurídico de la economía que no conceda a la aportación social al proceso de producción la prioridad sobre sus demás elemen­ tos, principio éste del cual partimos en estas reflexiones. Un ordena­ miento de la economía que no sirva al hombre, generando aquella ri­ queza que revierte en el bien común y no otra fundada sobre el lucro, no garantizará nunca la paz social. Puede crecer la producción e in­ cluso alcanzarse una expansión económica no desdeñable mediante la ampliación del marcado, pero se crearán relaciones de dependencia de 25. P ablo VI, Caria encíclica sobre el desarrollo de los pueblos « Populo- rum progression (26 de marzo de 1967), n. 57. Desde la publicación de esta encíclica memorable, la Iglesia Católica —igual que, desde una perspectiva compartida y desde una misma comu­ nión de objetivos, el Consejo Ecuménico de las Iglesias— viene abogando por una reforma en profundidad del orden económico internacional.

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