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EL CRISTIANO AL SERVICIO DE LA UNIDAD 285 rece que se deba postular un sindicalismo confesional cristiano como medio único de contrarrestar la influencia que sobre la sociedad ejer­ cen los sindicatos de vinculación ideológica contraria a los principios evangélicos, o decididamente opuestos a la incidencia de la conciencia religiosa sobre la vida pública. Los cristianos militan hoy en sindicatos —igual que en partidos— de signo ideológico diverso, sin que puedan reivindicar para dicha mi- litancia la autoridad del Evangelio. ¿Qué hacer, entonces, para que la fe no quede reducida a un asunto privado? La respuesta se hace difícil, sobre todo cuando se toma nota de una realidad cada vez más evidente en algunas sociedades que tradicionalmente siguen siendo cristianas. Da la impresión de que los cristianos lentamente van sometiendo su fidelidad a la fe a una prioritaria fidelidad al programa social y polí­ tico, que partidos y sindicatos propugnan. Es cierto que no es difícil oír confesiones autobiográficas, según las cuales muchos cristianos, an­ tiguos militantes apostólicos, no reniegan, es verdad, de un pasado cris­ tiano que alentó su compromiso sindical y político; por el contrario, ese pasado es considerado por ellos como plataforma de su actual ubica­ ción sociopolítica. Lo grave, sin embargo, es que una gran mayoría de ellos parecen haber relegado la fe al reducto privado de la conciencia y, cuando existe todavía, a una práctica religiosa ambigua. ¿Podemos decir ante este panorama que las conquistas de la historia de la libertad y de la emancipación exigen históricamente un repliegue de la concien­ cia religiosa? Si así fuera habríamos iniciado el camino hacia la secta- rización sociológica de la Iglesia; y, sobre todo, habríamos perdido la conciencia de la condición absoluta del cristianismo, su exigencia de verdad total sobre el hombre debida a la revelación divina. Es verdad que esta exigencia de verdad total no puede ser impuesta, hoy y siem­ pre, a la conciencia de las colectividades, pero tampoco puede ser aho­ gada en el reducto privado de una práctica religiosa sociológicamente sectarizada. Los cristianos están llamados a conformar el orden tem­ poral según la dirección humanizadora del Evangelio con prioridad so­ bre su personal militancia laboral y política. Estas reflexiones exigen mayor precisión. Para ilustrar cuanto di­ go, valga referirme ahora a un problema de extraordinaria significación para el logro de un orden económico justo internacional. Me refiero a la defensa a ultranza del bienestar adquirido por las sociedades de alto desarrollo industrial. Se trata de un principio justo, aunque su eleva­ ción a principio de primer orden resulta relativa. Tanto cuanto lo exi-

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