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280 ADOLFO GONZALEZ MONTES Dios en Jesucristo, camino único y definitivo, inexcusable, para cuan­ tos han tenido la dicha de ser oyentes del Evangelio. Como dice el autor de la carta a los Hebreos, nosotros no nos hemos acercado a un fuego ardiente u oscuridad y tinieblas, sino a Jesús mediador de una nueva alianza, y a la pacificación en su sangre de todos nuestros pe­ cados (Hb 12, 18. 24). De modo que la paz se ha hecho posible para el hombre como don de reconciliación con Dios en Jesucristo. El es nuestra paz (Ef 2, 14), dirá san Pablo, porque, anulado el camino de la ley, los hombres todos son justificados gratuitamente por la reden­ ción en la sangre de Cristo, hecho por Dios instrumento de propicia­ ción: sólo la fe es acceso verdadero a Dios para judíos y griegos, a quienes Dios ha unificado en su Hijo (Rom 3, 24-25; Ef 2, 14-15). En Jesucristo ha quedado restaurada la unidad del hombre en su totali­ dad: en su unidad interior, allí donde su corazón desgarrado por las concupiscencias del mundo (1 Jn 2, 16-17) es troceado por el poder del pecado (Rom 7, 14s.; 8, 2. 9); unidad que es definitivo funda­ mento y condición de la unidad de la pareja y de la unidad a la que están llamados los hombres reconociéndose como prójimos 18. Esta es la obra de pacificación que realiza la Iglesia como sacra­ mento de la salvación de Cristo, y de la que da testimonio. Obra que debe ser meta y objetivo de toda acción apostólica de los cristianos, llamados a ser instrumento de pacificación de la sociedad. Olvidarlo ha acarreado ya a la Iglesia cuantiosos males. La historia de la fe se halla marcada por el signo de la gracia divina, pero esto no resta a la sociología cristiana y al cristianismo histórico todas sus complicidades con el espíritu de la división y el error. Es la historia de la defección, no de la Iglesia romo creatura divina e instrumento de la redención de Cristo, pero sí de sus miembros pecadores; historia igualmente dolo- rosa en los ministros que en los fieles. El espíritu de la división mar­ ca el ayer y el hoy de la Iglesia: herejías y cismas han amenazado siem­ pre la paz de la Iglesia; complicidades con los poderes del mundo y de sus concupiscencias por parte de los cristianos, que han impedido así el testimonio querido por Cristo para despertar la fe de los hom­ bres (Jn 17, 21). ¿Cómo podrá el laicado servir hoy a la causa de la paz social y al acrecentamiento, después, de la fraternidad entre los hombres y los pueblos? 18. Cf. voz Unidad, en X. L eon -D u fo ur , Vocabulario de teología bíblica, Barcelona 1967, 813-814.

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