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EL CRISTIANO AL SERVICIO DE LA UNIDAD 279 c) Me referiré todavía al plano en el que el hombre debe reinte­ grarse a su unidad primera, posible en la medida en que esta unidad le sea restituida por la redención de Cristo, que le ha liberado del peca­ do y dado nueva vida en virtud de la consagración bautismal para la salvación 17. Aludo con ello al retorno del hombre a su prójimo, a aquella armonía primera incluida en el designio de Dios antes del fratricidio de Caín. Esta reintegración lo es a la unidad primera, porque, sin de­ jar de hallarse asumida por Dios en Jesucristo con la novedad que com­ porta el orden nuevo de la redención, conserva la finalización primera: la comunión de los hombres con Dios. Es claro que una tal reintegra­ ción sólo es posible si el hombre da muerte en él a sus concupiscencias, las mismas que están ya tras el asesinato de Abel impulsando a Caín contra él (Gn 4). El hombre necesita dejar de ver en el prójimo el ri­ val que amenaza su felicidad, y arrancar de su corazón aquella pulsión de muerte que lo arrastra al odio y a la ruptura de la convivencia, a la lucha de clases y al exterminio de la guerra. Son las concupiscencias que alimentan el fratricidio las que mayor cúmulo de sufrimientos y males generan en la humanidad. Ellas ponen en peligro la paz y en su despliegue la tierra se siembra de muerte. De ahí que hayamos de volver enseguida sobre el reto que representan para el compromiso apostólico del laicado. 2. Las consecuencias de la pérdida de la integridad de la existen­ cia del hombre resultan visibles en la actual nostalgia del hombre por su propia identidad, sin duda distinta de la que experimentó en épo­ cas pasadas, pero coincidente con la vocación humana que alimentó antes y alimenta ahora esa nostalgia. La historia de la salvación es la prueba fehaciente de la voluntad divina de devolver al hombre esa identidad perdida. La promulgación sinaítica de la ley no buscaba otra cosa que esta reintegración del hombre a su unidad primera. Su invia- bilidad como camino de redención nos hizo posible un acceso nuevo a la apelación del apóstol Pablo que ya hemos mencionado: 'Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros. Por eso os rogamos: reconciliaos con Dios'» (n. 10). 17. Cf. Ritual del bautismo, donde el sacerdote al ungir con el santo crisma a los bautizandos dice: «Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que os ha liberado del pecado y dado nueva vida por el agua y el Espíritu Santo, os consagre con el crisma de la salvación, para que en­ tréis a formar parte de su pueblo y seáis para siempre miembros de Cristo, sacerdote, profeta y rey».

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