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TRADICION PRE-REDACCIONAL DEL PADRENUESTRO 263 15). De esa esclavitud, impuesta por el «maligno» diabólico mediante «el pecado» y el «temor de la muerte» a cuantos le sirven, no puede libertar ningún hombre ni técnica liberadora alguna. ¡Sólo Cristo! El Hijo de Dios, en efecto, se encarnó «para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y libertar a cuantos, por te­ mor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud» (Hebr 2, 14-15), siendo asimismo manifestado por el Padre, «para quitar los pe­ cados» (1 Jn 3, 5) o «destruir las obras del diablo» (1 Jn 3, 8b). De su tiránica servidumbre, por tanto, escapan quienes, mediante la fe en Cristo, «entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificacón» (Rm 4, 25), han experimentado el perdón o la li­ beración de los pecados, y han superado el miedo a la muerte con ta libertadora experiencia de su resurrección gloriosa. ¡Sólo ésa es la ver­ dadera y radical liberación! : «Si el Hijo os da la libertad, seréis real­ mente libres» (Jn 8, 36). Los fieles judeo-cristianos saben bien esto. Son conscientes de «haber vencido al maligno» (1 Jn 2, 13b. 14c), me­ diante la fe en el Hijo de Dios comunicada en la Palabra recibida (Cf. 1 Jn 2, 14c; 5, 5). También saben, sin embargo, que, aunque vencido por Cristo (Cf. Jn 12, 31; 1 Jn 3, 8b; Hebr 2, 14; Apoc 20, 2-3a), el diablo sigue obrando «con gran furor» en la tierra (Apoc 12, 12b; Cf. 20, 3b), como «seductor del mundo entero» (Apoc 12, 9; Cf. 20, 7-8) y de «los santos» (Apoc 20, 9-10). No están, pues, totalmente ale­ jados de su maléfico influjo tentador. Y, adoctrinados por las palabras del Señor, saben que aquél, una vez expulsado y vencido, puede nue­ vamente volver (Cf. Mt 12, 43-45 = Le 11, 24-26). De ahí la peti­ ción final: «¡Líbranos del maligno!». Por lo demás, esta petición es formulada por quienes abrigan la arraigada convicción de que «el ma­ ligno» personal existe: Tienta a los fieles a sacudir de ellos el yugo del Reinado de Dios, rebelándose contra su Voluntad, amenazando asimis­ mo esclavizarles nuevamente bajo la tiranía del pecado u del temor a la muerte (Cf. supra). Una petición formulada también por quienes, conscientes de no poder enfrentarse victoriosamente al diabólico ten­ tador ni liberarse de su satánica tiranía, suplican ese don al Padre ce­ leste: « ¡Líbranos del maligno! ». Finalmente, en esta petición final re­ suena probablemente el ruego que Jesús, en el contexto de su oración testamentaria, dirigió al Padre por sus propios discípulos: « ¡No Te

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