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280 SANTOS SABUGAL lidad76 en quienes una vez fueron de él liberados77. Este exactamente debió ser, pues, para las primeras Comunidades cristianas el significa­ do de esa petición: La esperanzadora plegaria de quienes, aunque bau­ tismalmente «muertos al pecado» y «vivos para Dios» (Rm 6, 11), rei­ teraron la amarga experiencia el pecado y, reconociéndose pecadores, confían no sólo en «el Dios rico en misericordia» (Ef 2, 4), en el Dios de la reconciliación (Cf. Rm 5, 10; 2 Cor 5, 18-6, 2) y del perdón (Cf. Ef 4, 32b; Col 2, 13). Quien no sólo «cuando éramos enemigos» suyos «nos reconcilió por la muerte de su Hijo» (Rm 5, 20; Cf. 2 Cor 5, 19) y, «por medio de» El, «nos perdonó (Ef 4, 32b) todos nuestros delitos» (Col 2, 13), enviando «al mundo como propiciación de nues­ tros pecados» (1 Jn 4, 10; Cf. Jn 3, 16) a Quien «no cometió p (1 Pe 2, 22; Cf. Jn 8, 46; Hebr 4, 15; 7, 26s), sino que, por El glo­ rificado, nos lo ofrece ahora como abogado e intercesor por nuestros pecados (Cf. Hebr 7, 25; 9, 24; 1 Jn 2, 1). Desde esa filial confianza en la misericordia infinita e inagotable bondad del Padre surge incon- tenida la súplica: «¡Perdónanos nuestras deudas o pecados...!». d) La comparación condicionante'. «Como también nosotros he­ mos perdonado a nuestros deudores», es del todo extraña a las comu­ nidades judaicas, cuya literatura, en la línea de la revelación veterotes- tamentaria (Cf. Ecclo 28, 2-5), subraya ciertamente la necesidad de preceder el propio perdón a la súplica por el perdón de Dios, pero nun­ ca condicionando éste a aquél78. Este condicionamiento es, pues, una novedad de la súplica cristiana (Cf. Me 11, 25; Mt 6, 14-15; 5, 23- 24; Sant 3, 13). Formulada, sin embargo, desde la propia experiencia del previo y gratuito perdón de Dios. Los fieles cristianos, en efecto, saben muy bien, que el «Dios rico en misericordia» les perdonó sus de­ litos «por el grande amor con que los amó» (Ef 2, 5), manifestado éste, antes de haberle ellos amado, en laexpiación de sus pecados me­ diante el envío de su Hijo (1 Jn 4, 10), por medio del cual los recon- 76. Cf. Hebr 13, 1; 1 Jn 1, 8-10; 3, 6; 5, 16-17; 1 Cor 6, 1-8; 8, 12; 1 Tim 5, 2. 22. 24; Tit 3, 11; Sant 4, 1-12. 17; 5, 16; 2 Pe 2, 14, etc. 77. Cf. Rm 6, 1-2. 7. 11. 17. 22; 8, 2; E f 2, 1-6; Hebr 1, 3;9, 26. 28;1 Pe 2, 24, etc. 78. Cf. Los textos paralelos ofrecidos por G. D alm an (o . c., 341 s ), S tr .- B i l l (I, 425s), I. A braham s (Studies in Phariseism and the Gospels, I, Cam­ bridge 1924, 156) y E. L ohm eyer (o . c ., 116): ¡Ninguno de los textos y ninguna oración del judaismo del s. I condiciona al previo perdón del pecador el perdón de Dios, el cual «es absolu to»!: I. A braham s, o . c., II, 96.

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