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DE LA ANAFORA DE LA «TRADICION APOSTOLICA» 229 tra proclive a restaurar la antigua misa de san Pío V, pues tanto da que los ritos sean simples o complicados, en lengua vulgar o aristo­ crática, si sólo sirven para encubrir el verdadero sentido litúrgico y teológico de lo que se está haciendo m. De antemano sabíamos que la teología de la eucaristía no cabe en una anáfora, por muy perfecta que sea. Imposible abarcar, en unas pocas palabras, el contenido de las fuentes bíblicas, patrísticas, litúr­ gicas, del magisterio, de la tradición y de la fe del pueblo 128. Así, para no citar más que un último ejemplo, si la eucaristía «hunde sus raí­ ces» en estos tres momentos fundamentales: las comidas del Jesús histórico, la última cena con los discípulos y las comidas del Resuci­ tado (y por ello en la vida, en la muerte y en la resurrección de Jesús)129, hay que reconocer que sólo la última cena ha quedado refle­ jada en la II Plegaria eucarística. Finalmente recordar que la eucaristía no es sólo la plegaria euca­ rística. Tiene que haber una referencia a la liturgia de la Palabra, el aspecto de la convocatoria de la asamblea, el compromiso de la misión, la misma comunión del cuerpo y sangre del Señor. 127. Cf. en Phase 126 (1981) 519-522 las declaraciones del Presidente de la Comisión de Liturgia del Episcopado Italiano. No se muestra muy optimista respecto de su país, pero habla allí de la publicación de un misal italiano con seis o siete plegarias nuevas, además de las aprobadas para Suiza y Alemania. En España, por lo que se oye, nos quedan tres de reserva. Se ha venido usando, casi en exclusiva, la II Plegaria. Al principio, por nostalgia, se escuchó bastante la 1.a. El misterio eucarístico es un reto cotidiano por superar, en la fe, la rutina y el desaliento. Incluso en la investigación. Uno queda perplejo ante opiniones, tan dispares y tan contundentes, aun entre los especialistas que hicieron posible la reforma. Un ejemplo: En la obra citada, Liturgia opera divina e umana, de AA.VV. en homenaje a Móns. Bug- nini, C. Vagaggini se lamenta de que el pueblo no proclame —de hecho lo proclama en muchas, casi todas, las celebraciones, pero la norma y muchos celebrantes no se lo permiten— el Por Cristo, con El y en El. Cf. p. 90. En cambio A. Franquesa quiere prohibírselo a los propios sacerdotes en la con­ celebración —recuérdese la importancia que la concelebración tuvo para la reforma— pues deberían estar callados y aun desvestidos, para que resalte más el Presidente. Cf. p. 303, con una cita de san Francisco de Asís, que que­ ría que en cada fraternidad se celebrara una sola misa. 128. Así lo reconoce Sánchez Caro al finalizar su documentado estudio «sobre un campo limitado de la tradición y vida de la Iglesia» (o. c., 432). Al iniciar su tarea había constatado, sin desanimarse: «La imagen que ofre­ ce la actual investigación —sobre los textos eucarísticos del NT— es la de un "embrollo" sin fácil salida» (p. 10 con su nota bibliográfica). Y, sin em­ bargo, la eucaristía no cesa de inspirar a los teólogos. 129. M. G esteira , o. c., 635.

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