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226 ARSENIO GUTIERREZ DE RUCANDIO La teología actual tiende a concebir la eucaristía como un misterio de comunión, no tanto en el cuerpo físico y carnal de Cristo, cuanto en su Cuerpo Resucitado, que tiene una manera nueva de existir, no sujeta a categorías espacio-temporales. Se consagran los elementos ma­ teriales — el pan y el vino— pero también lo que ellos significan, la persona y vida de Jesús, que se entrega para la transformación del hombre y la creación. Por eso, junto a la acción del Espíritu que con­ sagra el pan y el vino en el cuerpo y sangre del Señor, hay siempre la acción del mismo Espíritu relacionada con la Iglesia, que por la eucaristía se va transformando en el verdadero Cuerpo del Resucita­ do m. Recuérdese cuanto dijimos al hablar de la acción del Espíritu Santo en la Iglesia, según la Tradición Apostólica de Hipólito. 3. Una entrega voluntaria y sacrificial Al hablar de la anáfora de Hipólito ya subrayamos la afinidad de estos tres verbos que él emplea muy de cerca: «offerre», «memor esse», «gratias agere». Se podrían añadir otras expresiones de la mis­ ma Tradición Apostólica : «ofrecer los dones de la santa Iglesia», «la oblación de la santa Iglesia». Hipólito se beneficia de la ventaja de poder colocarse en la perspectiva histórica que le libera de las prime­ ras celebraciones y, por otra parte, no está condicionado por las inter­ pretaciones heréticas del misterio de Cristo que vinieron después. La II Plegaria es heredera de esa libertad. No se mete en cuestiones dis­ cutidas. Pero, una vez más, con certeras palabras, apunta a un aspecto fundamental de la eucaristía: el carácter sacrificial. En primer lugar, la propia «acción de gracias», tan resaltada en la II Plegaria — al principio, al medio y al fin, como en Hipólito 12— tiene ya un sentido sacrificial. La barakah, o bendición judía, tenía en el uso oracional cierto carácter de oblación, que, sin duda, aquí se acentúa. Es una acción de gracias que envuelve toda la celebración y se deja arrastrar por ella, sobre todo a medida que se acerca la con­ memoración de lo que Cristo hizo en la última cena. Y lo que hizo, 121. Cí. M. G e ste ir a (o. c ., 195-265) el capítulo sobre la eucaristía y la Iglesia. La Iglesia presupuesto y fundamento de la eucaristía. 122. «Que el obispo diga, dando gracias». Así introduce Hipólito la gran oración eucarística. «Demos gracias al Señor», repite en el diálogo, que es el más antiguo que se conoce. «Te damos gracias, oh Dios», clama por tres veces en tono solemne. «Por Jesucristo, tu Hijo amado», «el cual, tomando pan, pronunció la acción de gracias».

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