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DE LA ANAFORA DE LA «TRADICION APOSTOLICA» 207 6. Valoración teológica Para poder rastrear algunos rasgos teológicos característicos de esta anáfora etiópica de los Apóstoles hay que fijarse en los tres elementos que le son propios: los pregones, las intercesiones y las aclamaciones del pueblo. La conclusión que se obtiene es que deliberadamente se ha renunciado a expresar una teología propia para revestir, en exclu­ siva, el carácter cristocéntrico de la anáfora de Hipólito. El Pregón I centra el tema de la eucaristía de una manera definitiva: «Gracias te damos, Señor, por tu Hijo amado nuestro Señor Jesucristo». Lo que se canta es el envío del Hijo y su obra salvadora. En dos momentos principales podrían haberse introducido ideas propias, sin hacer ninguna extorsión: a la hora de presentar el Sanetus, del que carece Hipólito; y en el postsanctus, que prosigue la historia de la salvación e introduce el relato institucional. Ambas ocasiones son desechadas. Existe sí una frase feliz con el «verdaderamente llenó los cielos y la tierra la santidad de tu gloria». También hay que reconocer una hábil manera de armonizar el post­ sanctus alejandrino con el antioqueno, a través del «Sanctus Filius tuus» con que se arranca la segunda parte de la historia de la salvación. Ello hace más patente la intención de no salirse del tema de Hipólito. Sólo teniendo delante la anáfora de san Marcos y su versión copta, llamada de san Cirilo, que sin duda ninguna utiliza aquí el autor, se comprende a cuantas cosas ha renunciado. Debió mediar un grandísimo aprecio y respeto por el texto de Hipólito. Después apenas hay algún que otro matiz diferente, que bien pudie­ ra ser debido a las traducciones. «Se encarnó y fue llevado en las en­ trañas y su generación fue revelada por el Espíritu Santo», allí donde Hipólito decía con mucha más precisión: «Quien, habiendo sido con­ cebido, se encarnó, y se manifestó como Hijo tuyo, nacido del Espíritu Santo y de la Virgen». Las palabras del relato institucional recuerdan no sólo la liturgia alejandrina sino también el canon romano: «Las santas y venerables manos», «elevó los ojos». En cuanto a las aclamaciones del pueblo, hay tres verbos que se repiten: Creemos, te alabamos, ten piedad de nosotros. Existe un cierto afán de objetivar lo que se está haciendo. «Creemos que esto es ver­ dad». «Creemos que esto es verdaderamente tu cuerpo, tu sangre». «Amén, amén. Creemos». Se percibe en todo ello un ritualismo muy

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