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DE LA ANAFORA DE LA «TRADICION APOSTOLICA» 205 tumbrados pronombres relativos o partículas. Se han suprimido bas­ tantes de Hipólito y, el «hoti» — óxt— o «porque» de la versión griega de Alejandría. Hay dos excepciones que confirman la regla. El «verdaderamente llenó los cielos» del postsanctus, que conecta con lo anterior, y el «co- niungendo», ya mencionado, que engarza la epíclesis con la doxología. Lo demás comienza y se termina sin miramiento alguno a lo que sigue o precede: acción de gracias del principio, intercesiones por sectores, historia de la salvación, relato institucional, anámnesis y epíclesis sepa­ radas por rúbricas especiales, todo sin empalme literario entre sí. La otra característica es que la Anáfora de los Apóstoles está mar­ cada, más que por las palabras, por los ritos, y más que por los ritos, por las rúbricas, señal evidente de su carácter tardío. Hay constantes gestos e intervenciones del presidente, que por eso hemos querido transcribirlos, del sacerdote asistente, del diácono, del subdiácono y del pueblo. Se diría que es una liturgia bastante participada, aunque con tendencia al esquematismo. La anáfora comienza solemnemente por el Pregón I, copiando de Hipólito la acción de gracias por el envío del Hijo por parte del Padre, como salvador, redentor y consejero de su designio. Menciona la crea­ ción y cierra este primer apartado con el «según tu designio» del original. Y sin más preámbulos se entona el largo rosario de las intercesio­ nes, haciendo cantar al diácono: «Por el venerable y santo sumo pon­ tífice N». Podemos distinguir en las intercesiones tres partes, aunque luego haya otras subdivisiones: invocación a los santos en tono menor; oración por la Iglesia con canto; y una bendición llamada de san Basi­ lio, recitada por un sacerdote asistente y rubricada por el que preside. Esta bendición de san Basilio comienza invocando a la Trinidad y consta, a su vez, de cinco partes: bendición sobre el pueblo, sobre el cielo, sobre la tierra, sobre el altar y los que le sirven, y otra vez sobre el pueblo. Es indudable que las intercesiones desequilibran la anáfora. Repre­ sentan las tres cuartas partes de su longitud. Sin embargo, para quien esté familiarizado con la liturgia alejandrina y, en general, con las aná­ foras orientales, esto no resulta llamativo, si se considera aisladamente. Se trata de unas intercesiones más bien sobrias, comparadas con las de

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