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DE LA ANAFORA DE LA «TRADICION APOSTOLICA» 187 das las palabras sobre el cáliz, que faltaban en el Testamento, corri­ giendo la palabra «resurrección» por la de «memorial» y colocándola no después de las palabras sobre el pan, sino tras las del cáliz. Con­ serva el «memorial» y la «ofrenda» dirigida al Hijo, lo cual no es teológicamente correcto. Tampoco suprime la ofrenda trinitaria, tan confusa con la que el Testamento iniciaba la epíclesis. Esta es clara­ mente consecratoria, como corresponde a la liturgia africana. Se pide por ello el envío del Espíritu Santo, pero su acción no se extiende a la unificación de los creyentes. Simplemente se pide la «unión» de todos los que van a recibir los dones sagrados, para que se sacien del Espíritu Santo92. En conclusión, todo parece indicar que la anáfora del Testamento ha respetado en su totalidad el texto de la anáfora de Hipólito por la sencilla razón de que era la que mejor se prestaba para su esquema simplificador de las ideas. Dentro de las limitaciones señaladas, se man­ tiene e incluso se busca expresamente, un tono arcaico. Su liturgia es de claro sabor clásico o antiguo, sin que aparezcan los signos de deca­ dencia que introducirá la Edad Media. Las dos largas digresiones en que se embarca el autor, separándose de Hipólito, se prestaban para haber caído en mayores excesos. No hay aun en ésta las famosas «apo­ logías» u oraciones privadas del sacerdote. Tampoco aclamaciones o interrupciones extemporáneas de los ministros o del pueblo. Teológicamente hablando no aporta ideas nuevas. Por el contrario, los indicios señalados demuestran que la Anáfora del Testamento de Nuestro Señor Jesucristo se ampara en la simplicidad de la anáfora de Hipólito para ocultar planteamientos de tipo cristológico o trinitario. Si tal fue su propósito, hay que reconocer que lo consiguió en gran medida. 92. El texto está en la Prex Eucharistica de A. H an g g i - I. P ahl , o . c ., 150-152. Como advierte I. Pahl, «los católicos que usan las anáforas etiópi­ cas, necesariamente tienen que corregir y enmendar su texto en algunos pa­ sajes» (143).

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