PS_NyG_1985v032n002p0135_0231

DE LA ANAFORA DE LA «TRADICION APOSTOLICA» 139 toria de la Salvación. Estudio sobre la plegaria eucaristica oriental, Ma­ drid 1983, 77-107. Sánchez Caro hace un estudio exhaustivo de la Tra­ dición y su anáfora, ésta bajo el punto de vista de la historia de la sal­ vación. La mejor edición crítica de la Tradición Apostólica es la de B. Bot­ te, La Tradition Aposlique de Saint Hippolyte. Essaie de reconstitution. Liturgiewissenschaftliche Quellen und Forschungen 39, Münster Westf. 1966. A esta edición y texto nos referimos en el presente trabajo. Exis­ te otra edición del mismo B otte en SC, Hippolyte de Rome. La Tra­ dition Apostolique d'après les anciennes versions, Paris 1968. Por encima de las controversias que puedan suscitarse todavía en torno a la Tradición Apostólica 9, conviene consignar dos observacio­ nes clarividentes de dom Botte: 1. Una con relación al texto: el conjunto de manuscritos en que se nos ha conservado la Tradición Apostólica no nos lleva hasta 9. La naturaleza de este trabajo no exige, y ni siquiera permite, un alar­ de de erudición bibliográfica. Sin embargo, ningún estudio serio relacionado con la Tradición Apostólica puede dispensarse de una incursión a fondo so­ bre lo que ha ocurrido y viene ocurriendo en la^ investigación de esta obra transcendental. He aquí algunas notas discordantes de la opinión común, que, en todo caso, como dice B. Botte, no afectarían al fondo de la cuestión: En 1947 P. Nautin defendió con ardor que el personaje de la estatua ro­ mana, autor de los Pkilosophumena y de otras obras, no es Hipólito, sino un tal Josipo, que es el verdadero antipapa. Hipólito sería el autor de la Tradición Apostólica y de otras obras más o menos conocidas. Nunca estuvo en Roma, aunque sí fue obispo en algún lugar de Oriente (P. N a u t in , Hippo­ lyte et Josipe. Contribution à l’histoire de la littérature chrétienne du troisiè­ me siècle, Paris 1947}. Investigadores como B. Capelle, M. Richard, J. Daniè- lou. G. Bardy, S. Giet, rechazaron como incosistente el planteamiento de Nautin. Interesante, por los datos que aporta, el primer capítulo de la obra citada. Motivaciones, como la de Bunsen en el siglo pasado, al querer fun­ dar una nueva Iglesia sobre las obras de Hipólito, y las poco rigurosas del propio Nautin en la p. 24, han abundado en años posteriores. Por razones muy distintas J. M. Hanssens ha sostenido desde 1959 otra interpretación. No hay más que un Hipólito, autor de La Tr. Apt. y de los Phil. Es también el personaje de la estatua. Pero no es romano, ni antipapa, sino egipcio de origen. Vivió en Roma y se enfrentó a los Papas Ceferiiio y Calixto. En 235 fue deportado a Cerdeña, pero no murió con Ponciano, sino que regresó a Roma. Hizo de intermediario entre las Iglesias de Alejandría y Roma (de acuerdo con un dato aportado por Eusebio en Hist. Ecc., VI, 46), se adhirió por algún tiempo a la doctrina de Novaciano y, luego de volver a la Iglesia, murió mártir (de acuerdo con los datos aportados por san Dá­ maso en su tumba y unos versos de Prudencio) el año 258 (J. M. H a n sse n s , La liturgie d ’Hyppolyte. Ses documents, son titulaire, ses origines et son ca­ ractère. Or. Chr. Anal. 155, Roma 1959, reimp. corr. y aument. en 1965). En

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz