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DE LA ANAFORA DE LA «TRADICION APOSTOLICA» 183 decir, que la acción santificadora y unificadora de la Iglesia como mi sión específica del Espíritu Santo se silencia sistemáticamente, no sólo en la anáfora, sino en todo el texto del Testamento del Señor. No es que se niegue la Trinidad. Aquí, en la anáfora, está incluso más explí citamente mencionada que en Hipólito83. Pero por ello mismo resalta la vaguedad de los términos y la imprecisión buscada, para no atribuir a las personas una misión específica. Ahora resulta revelador por qué en la anáfora del Testamento la atención se ha desplazado. De la obra salvadora del Hijo, que era, casi en exclusiva, el tema de la anáfora de Hipólito, se ha pasado a la obra común a las tres personas divinas, que sigue siendo la salvación, pero con otras connotaciones ajenas a la liturgia de la Tradición Apos tólica. Desde el principio se rehuye atribuir al Padre la obra de la crea ción, a pesar de que la plegaria no entra enseguida, como en Hipólito, a narrar la historia de la salvación por Jesucristo. Al dirigirse a la segunda persona lo hace sin nombrarla, poniendo de relieve que es «el poder del Padre», y finalmente subraya que es «el Hijo de Dios vivo». No tiene consistencia propia. Y si el Hijo no la tiene, menos aun el Espíritu Santo. Todo es común en la Trinidad. Incluso podría dudarse a quién se atribuye la frase —no temamos decirlo— «que fue crucificado por nuestros peca dos». Es el Padre quien lo gobierna todo «por tu consejo», «por tu Hijo Unigénito». Es siempre el mismo lenguaje de identificación. Las palabras que se refieren al Hijo en la historia de la salvación son rei terativas. Al «Verbum inseparabilem», que ya en Hipólito suena a autodefensa, precisamente por la razón contraria, porque a Hipólito se le acusaba de una personificación excesiva del Logos, aquí en el Testa mento, se cambia por el «Verbo, Hijo de tu mente e Hijo de tu exis tencia, por el que hiciste todas las cosas». Lo que se quiere destacar es que toda esta obra de salvación es la obra del Dios único, que apa rece como Hijo de Dios «para cumplir el pensamiento del Padre», ex presión propia del Testamento. 83. Cf. B. B otte , en la ed. de SC, la nota 3 del n. 4.
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