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182 ARSENIO GUTIERREZ DE RUCANDIO Es importante y significativa. Se trata de la cláusula «en la santa Iglesia», que sigue a la mención del Espíritu Santo. Es la primera función que Hipólito atribuye al Espíritu Santo, relacionada a la vez con la eucaristía y con la construcción de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios, reunido de los cuatro puntos cardinales para que le glorifique incesantemente. El texto de Hipólito lo expresa por dos veces en la anáfora. Pero además la fórmula se encuentra en distintas ocasiones en la misma Tradición, de suerte que no cabe la menor duda sobre el pensamiento de Hipólito. B. Botte ha observado que hay en la Tradición dos tipos de doxologías, condicionadas solamente por la forma de empalmar, en la redacción, con la persona del Espíritu Santo. La cláusula «en la Iglesia» se repite siempre y es, en todo caso, auténtica, aunque alguna vez las versiones oscilen, como ocurre en la doxología de la plegaria final de la consagración del obispo80. La fórmula más perfecta y definida la propone Hipólito en el c. 6, como modelo para cualquier ocasión. «En toda bendición dígase: Glo ria a ti, Padre e Hijo con el Espíritu Santo en la santa Iglesia, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén». Pues bien, véase cómo el texto del Testamento suprime la fórmula «en la santa Iglesia» en tres doxologías paralelas de la Tradición Apostólica: en la consagración del obispo, en la del sacerdote y en la de después del bautismo81. En cuanto a la tercera confesión del símbolo bautismal: «¿Crees en el Espíritu Santo en la Iglesia?», la Iglesia no es artículo de fe —yo creo en la santa Iglesia— sino el marco donde solamente es posible el acto de fe repetido ante cada persona82. Lo que sí está claro es que el Testamento elimina allí también la fórmula «el Espíritu Santo en la santa Iglesia». La pregunta la pre senta así: «¿Crees en el Espíritu Santo y en la Iglesia santa?». Es aún la distinción. B. Botte sostiene incluso que es un texto incluido aquí simplemente para completar el esquema trinitario de la anáfora, entre otras razones, porque toda la plegaria, y no una sola parte, tiene carácter conse- cratorio (Cf. una síntesis de esta discusión, referida a la anáfora de Hipó lito en J. M. S á n ch ez C aro, o . c ., especialmente 87 y 107). 80. Cf. B. B otte , La TracLition Apostolique, ed. de SC 11, Paris 1968, n. 3, nota 2, que Botte ha añadido a su edición crítica. 81. Texto de R ahmani en J. M. H a n ssen s , La liturgie d ’Hippolyte, Roma 1970, 72. 82. 120. 82. Cf. P. N a u tin , Je crois a VEsprit Saint dans la sainte Église pour la resurrection de la chair, París 1947 y B . B otte , La Tr. Apt., ed. crít., n. 21, nota 1.
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