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178 ARSENIO GUTIERREZ DE RUCANDIO Otra hipótesis, que hoy ha sido olvidada, es la que sostenía Lietz- mann, consistente en suponer que, al lado de la liturgia fundada sobre el pan y el vino y establecida por san Pablo, hubo otra costumbre de la Iglesia de Jerusalén, que se conservó algún tiempo en Egipto, y en la que falta el cáliz75. La última hipótesis es la que tiene menos fundamento histórico. En todo caso los testimonios en que se basa cada una de ellas no permiten llegar a una conclusión del todo convincente. Es un hecho que los relatos inspirados, aun dentro de su sobriedad, contienen varian­ tes importantes en un punto en que era de esperar el máximo de rigor y precisión. Las anáforas primitivas imitan la sobriedad de los textos inspirados, unas veces con el silencio total, y otras reduciendo los gestos y las palabras. Nuestro texto del Testamento del Señor está en la línea de sobrie­ dad trazada por Hipólito. Ya hemos visto que añade algunos detalles. Pero, al llegar a la formulación del rito y de las palabras sobre el cáliz, lo describe con una naturalidad que impresiona. Utiliza las mismas palabras y conserva idéntico contenido, pero sin poner en boca del Señor la fórmula consecratoria. El hecho en sí estaría apuntando a la primera hipótesis del sentido unitario de toda la plegaria. Lo impor­ tante es hacer presente el misterio que nos mandó el Señor realizar. Sin embargo, la pregunta es inevitable: ¿No hay una contradicción entre el cumplimiento del mandato del memorial, que ya se ha adelan­ tado después de las palabras sobre el pan, «siempre que hagáis esto, haréis mi resurrección», y esta forma narrativa, que parece dar un paso atrás y quedarse en un mero recuerdo? Adviértase la precisión con que está dicho que la «sangre fue derramada por nosotros». Podría haber dicho «por vosotros». Parece que el autor se mueve con toda naturalidad entre la presencialización de las palabras pronunciadas so- Sánchez Caro, después de una larga exposición, concluye: «Desde esta pers­ pectiva, en consecuencia, parece preciso afirmar que la anáfora de Addai y Mari, bien que su forma actual nos choque y parezca extraña y aunque el procedimiento usado sea discutible, es fiel en lo sustancial al mandato del Señor: es una verdadera plegaria eucarística» (O. c., 138). ¿Podríamos apli­ car este criterio a la anáfora del Testamento? El caso puede ser muy dis­ tinto, por tratarse de una anáfora, no sólo más tardía, sino interpolada y traducida en muy diversas ocasiones. 75. Cf. e n J. A. J ungmann , El Sacrificio de la misa . Tratado histórico-li- túrgico, Madrid 1951, 52.

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