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DE LA ANAFORA DE LA «TRADICION APOSTOLICA» 175 No es clara la expresión «ex tuo illo muñere imperscrutabile». ¿A qué se refiere? ¿Es el don de sí mismo —recordemos que se está dirigiendo al Hijo—, el mayor regalo que nos ha podido hacer el Padre, su propia revelación y donación como «Dios vivo»?, ¿o es el Espíritu Santo, al que evidentemente se alude después con la frase «la ciencia de tu Espíritu»? Parece que esta vacilación del lenguaje es un indicio de que nos encontramos ante un texto muy antiguo, a pesar de que el estilo se haya hecho más flexible que el de Hipólito. c) Y viene la tercera parte de esta oración, que va a empalmar con la historia de la salvación, tal como la concibió Hipólito. En su comien­ zo lleva la misma marca del estilo anterior, aunque va a introducir elementos nuevos, desconocidos en la liturgia de la Tradición Apos­ tólica. Nos referimos a la presencia de los coros celestes. Será difícil encontrar una anáfora que haga referencia a los coros angélicos en tér­ minos tan imprecisos, nombrándolos, pero sin apenas ninguna connota­ ción bíblica. El autor ha querido expresar una realidad que él conoce, aunque no sea más que por la Escritura, pero sin tomarse la molestia de consultar cómo se denomina exactamente. Se diría que está a punto de nacen el Sanctus. ¿Pero por qué no nace? Es impensable que el autor desconozca el pasaje de Isaías 6, 3 o el del Apocalipsis 4, 8 o el de Daniel 7, 10, que presentan a Dios rodeado de coros celestes, que le alaban sin cesar. Existen indicios claros de que el Sanctus fue usado no sólo en la liturgia judía sino también en la cristiana, antes de ser incorporada a la eucaristía71. San Clemente y San Ignacio citan estos pasajes en sus cartas. Aun más, la anáfora de las Constituciones Apostólicas, que son de finales del siglo IV y han sido escritas en Siria, la misma patria del Testamento, ha incorporado ya el Sanctus, tras conocer y manejar la Tradición Apos­ tólica. Le coloca esta solemne introducción: «Te adoran muchedumbres incontables de ángeles y arcángeles, tronos y dominaciones... querubines y serafines de seis alas... y junto con millares y miríadas de arcángeles... entonan con gritos incesantes que no tienen fin» 72. 71. C f. L. M aldonado , La Plegaria eucaristica, M ad rid 1967, 310. 72. C f. V. M artín P indado - J. M . S ánchez C aro , La Gran Oración Eucaris­ tica. Textos de ayer y de hoy, M a d rid 1969, 223.

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