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174 ARSENIO GUTIERREZ DE RUCANDIO Oración introductoria Esta larga oración del principio está dividida en tres partes: a) La primera se dirige al Padre. Ya no es tan escueta como en Hipólito, aunque tampoco va a desarrollar una teoría sobre la creación ni sobre el ser de Dios, ni siquiera sobre el plan de Dios trazado desde antiguo. Hay en todo el lenguaje una señal de arcaísmo un tanto buscado. Enseguida se advierte que asume un tono personal de intimidad. Dios es «santo», «fortalecedor de nuestras almas», «dador de nuestras vidas», «tesoro de incorruptibilidad»», «Padre de tu Unigénito». Aquí empalma con el texto de Hipólito, llamando al Hijo Salvador, Reden tor y Pregonero de su designio. Como en Hipólito, también aquí atrae la atención el «designio rea lizado en estos últimos tiempos» y su «manifestación». «Tu designio, añade el Testamento, es que seamos salvados por ti». Todavía no se ha referido a la creación y ya experimenta la necesidad de resaltar que el Hijo es enviado para manifestar y realizar su designio de salvación. Más adelante, en otro contexto, que no es tampoco de creación ni de redención, volveremos a encontrarnos con este «designio» realizado por el Hijo. Característica común a estas tres partes de la gran oración que pre cede a la Historia de la Salvación es que termina con una intensifica ción de la alabanza, a la vez que con una súplica. Nos encontramos, pues, en un ambiente más cálido, más devocio- nal, que el de Hipólito. Se diría que corre un aire fresco, que ha venido a dar vida a las fórmulas, un tanto secas de la Tradición. Otra cosa no se puede pedir a este texto. Todos los indicios son de que se trata todavía de una redacción muy primitiva, bien sea porque se ha tomado de un original anterior a la propia composición del Testamento, o bien porque su autor carecía de inquietudes teológicas o doctrinales y se propuso hacer una plegaria más devocional. Más adelante veremos cómo es posible que se trate de ambas cosas a la vez e incluso de algo peor. b) La segunda parte de esta larga introducción está dirigida al Hijo. Tampoco nos va a decir gran cosa. La estructura es la misma que la anterior: una serie de epítetos laudatorios, una súplica de carácter intimista, para elevarse otra vez a la alabanza que no debe cesar.
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