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DE LA ANAFORA DE LA «TRADICION APOSTOLICA» 149 pólito desde Egipto y Etiopía hasta Italia, pasando por el cercano Oriente, los cuatro lugares en que se nos han conservado los manus­ critos, se explica por esta conexión directa con las normas que provie­ nen de los apóstoles. En Egipto a Hipólito se le consideró como discípulo de los após­ toles, hasta el punto de que una de las anáforas inspiradas en la Tra­ dición lleva, como veremos, el nombre de «Anáfora de Nuestros San­ tos Padres los Apóstoles» 44. En general los investigadores, basados en estos datos, sostienen que la liturgia no arranca de la uniformidad primitiva hacia una diver­ sificación cada vez mayor. Es todo lo contrario. «En cuanto a las ora­ ciones del celebrante y de las fórmulas litúrgicas, no hubo textos fija­ dos de manera uniforme. El estudio comparativo de los diferentes ritos no nos conduce a un tipo único ni aún tratándose de las cosas que nos­ otros creeríamos eseniales»45. Todos estos datos aclaran la afirmación de que la Tradición Apos­ tólica de Hipólito, y sobre todo su anáfora, no representa la liturgia ro­ mana de su tiempo. No intenta elaborar un formulario heredado de los apóstoles. Pero propone un modelo que ayude a mantenerse fieles a lo esencial. Su propósito queda bien definido en el prólogo de la Tradición Apostólica: «Ahora nos proponemos abordar lo esencial que concierne a to­ das las Iglesias, movidos por la caridad de Dios hacia todos los santos. Es la tradición que ha subsistido hasta el presente, según la exposición que vamos a hacer, a fin de que los que están bien instruidos la conozcan y permanezcan firmes en medio de la de­ cadencia o error que, por ignorancia se ha producido reciente­ mente, y para que la sepan y la enseñen a los demás aquellos que están a la cabeza de la Iglesia» 46. 44. Ib., 61. Cf. en las pp. 55-56 su argumentación contra Engeberding. 45. B . B otte , Esbozo de una historia de la liturgia, en A. G. M artimort , o. c., 65. 46. La Tr. Apt., pról.