PS_NyG_1985v032n001p0063_0073

72 MANUEL GONZALEZ GARCIA lenguaje (Carmen Seisdedos Sánchez); La controversia en torno al supuesto nominalismo de francisco Suárez (Ceferino Martínez); Natura­ leza y artificio en Baltasar Gradan (Jorge M. Ayala); La filosofía de Fray Diego de Zúñiga (1536-1601) (Gerardo Bolado). Si bien el conjunto de este IV Seminario de Historia de la Filo­ sofía Española merece ser alabado, no debemos silenciar algunos deta­ lles que pueden ser corregidos y mejorados. No se trata de que los defectos sean algo nuevo en la celebración de estos Seminarios. Ya en la introducción al volumen de las Actas del III Seminario de Historia de la Filosofía Española (Salamanca, Universidad de Salamanca 1983, 8-9) se mencionan algunos defectos advertidos en su celebración. Una cuestión que nos parece fundamental es cambiar algunos puntos de la metodología concreta de trabajo del Seminario. Todos los días, y fueran cuales fueran los temas tratados, siempre se dedicaba un espacio para el diálogo. Teniendo en cuenta la experiencia concreta de los participantes en el Seminario, no parece que todas las interven­ ciones deban tener asignado un determinado tiempo, fijo, de diálogo tal como se estableció para la marcha del Seminario. Toda interven­ ción puede necesitar alguna aclaración, pero no que goce de un tiempo preestablecido de diálogo igual para todos. De otro modo puede caerse —como así sucedió en alguna ocasión— en el aburrimiento o empren­ der caminos ajenos al auténtico diálogo filosófico. Un juicio de conjunto ha de poner de manifiesto que todos cuantos intervinieron como ponentes supieron atraerse la atención de los parti­ cipantes en el Seminario. Pero no todos acertaron en la exposición de su tema. En más de una ocasión los ponentes se perdieron en los veri­ cuetos de sus investigaciones personalísimas y no aclararon el alcance ni la importancia de las mismas. Al lado de los ponentes que ofrecieron ciencia, altura filosófica, otros se movieron a nivel filosófico más criti­ cable, especialmente cuando se dedicaron a alabar sus propios mere­ cimientos. En cuanto al mismo diálogo, los moderadores fueron, en ocasiones, «invitados de piedra» que perdieron el control o no intervinieron en el diálogo. Hubo momentos en que las preguntas casi se convirtieron en espontáneas (o ¿buscadas?) comunicaciones al Seminario; otras ve­ ces las preguntas, más que búsqueda de aclaraciones, era llevar el agua del diálogo al molino de la propia investigación, desviando el interés de los oyentes; y, en ocasiones, hubo momentos en que el diálogo (al lado de ratos lúcidos) estuvo a niveles filosóficos muy bajos pidien-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz