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14 ENRIQUE RIVERA mismo. Por la metafísica, y más en concreto por la de Zubiri, sabemos que por el amor vamos a Dios. Pero es porque hemos venido de El. Es decir, que Dios no es sólo nuestra meta sino también nuestro fun­ damento. Esta metafísica pudiera sensibilizarse en las torres de la ca­ tedral gótica. En ellas se ha visto una metáfora en piedra de la aspi­ ración del alma cristiana que expresó para siempre la incomparable fra­ se de San Agustín: Feas ti nos ad Te... Pero las torres hablan a nues­ tra conciencia cristiana no sólo de aspiración sino también de que es ne­ cesario un fundamento. En este fundamento se fija Zubiri para decirnos que estamos esencialmente religados. De esta religación yo deduzco que la persona que reafirma su ser por el amor a sí mismo, reafirma al mismo tiempo, y con el mismo acto, su vinculación a Dios. Por lo mismo, si yo me amo rectamente a mí mismo, en el mismo acto en que me amo, amo a Dios que se halla inmanente en mí, dándome la posibilidad de ser. Luego al dirigirme a Dios por el amor, no ejecuto de suyo un doble acto, como pensaban los teóricos del amor puro, sino uno sólo, por el que me reafirmo a mí mismo y reafirmo mi vincula­ ción a Dios, inmanente en mí. Parece, pues, que desde la inmanencia de Dios en nosotros como nuestra fundamentación, el problema del amor puro se resuelve en una única tendencia amorosa por la que la persona a la vez va hacia sí y hacia Dios. A igual conclusión parece posible llegar por la vía de la Trascendencia. Pues si venimos de Dios, que es inmanente a nosotros, vamos a Dios que nos es trascendente. Es esta segunda marcha ascen­ dente de la persona la que ahora queremos analizar para dar nueva luz en la disputa del amor puro 18. Ante todo, es necesario tomar conciencia de que esta segunda mar­ cha hacia la trascendencia implica, al mismo tiempo, un ir en pos de nuestra propia felicidad. ¿Qué conexión se da entonces, podemos preguntar entre nuestra felicidad última y Dios que nos espera en la meta? Uno de los máximos intentos de respuesta a esta pregunta den­ tro del pensamiento cristiano nos parece hallarlo en San Agustín. Su 18. Para una visión histórica véase: E. B o ularand , Désintéréssement, en Dictionnaire de Spiritualité, Paris 1957, t. III, 550-591 (estudio fundamental). Para un encuadramiento dentro de la espiritualidad francesa véase P. Pou- rrat , La spiritualité chrétienne, Paris 1947, t. IV, 257-318 (ch. IX. Controverse du quiétisme: Bossuet et Fénelon; ch. X. La spiritualité de Fénelon et celle de Bossuet). Una ampliación de lo que aquí se dice en D. C astillo C aballe ­ ro , Trascendencia e inmanencia de Dios en San Buenaventura, Salamanca 1974.

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