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LAS FORMAS FUNDAMENTALES DEL AMOR 23 todas las cosas que de mi Padre oí, os las di a conocer» 35. A sus ene­ migos perdonó en la cruz. A sus amigos les reveló las intimidades de su Padre. Estos amigos de Jesús eran rudos y sencillos pescadores, pero buenos y sinceros que le habían ganado el corazón y la confianza. Entramos ahora de lleno en las dos formas de amor que han sido nuestro punto de partida: eros y agape. El doctor consumado del eros es Platón. De él tenemos que partir en la historia de este amor. Pues bien; dos notas señala Platón a este amor: ser indigente y ser suma­ mente poderoso, salvador. Es indigente por haber nacido —según el mito, expresión de una doctrina— de Poros la abundancia y Penía la indigencia. Pero es al mismo tiempo poderoso y salvador porque es muy capaz de sacar a las almas de la cárcel en que viven y hacer que emprendan el camino ascensional hasta llegar a la contemplación de la pura y eterna Belleza. Este Eros, dice Platón, es hijo de la Afrodita celeste. Por eso impele al alma hacia los bienes eternos. Pero hay otro Eros, hijo de la Afrodita terrena que inclina a las satisfacciones hedonísticas. Es ob­ vio que en nuestro parangón entre el amor-eros y el amor-agape, nos interesemos tan sólo del amor-eros, hijo de la Afrodita celeste, dando de mano al otro, inferior y sensual, que entonces, como hoy, manifiesta su imperio en las procacidades de la calle. Al Eros celeste lo cantó la sacerdotisa de Mantinea, Diótima, según lo leemos en esa página del banquete de Platón que para Menéndez Pelayo no hay otra comparable en la literatura mundial36. Bien la apren­ dieron y comentaron nuestros grandes místicos españoles 37. Desde nuestra visión histórica del gran tema subrayamos de nuevo que el Eros celeste, no obstante su alteza y poder, es radicalmente in­ digente: desde el inocente noviazgo, cantado de modo inmaculado en el libro sacro del Cantar de los Cantares, hasta el anhelo del artista en 35. Jn 15, 15. Léase el encendido comentario de San Agustín a este pa­ saje en Tratados sobre el evangelio de San Juan, 85: Obras de San Agustín, Madrid, Edica 1965, t. XIV, pp. 381-384. 36. He aquí el juicio de M. Menéndez Pelayo, aludido en el texto y que merece ser recogido al pie de la letra: «Si existe en lengua humana algo más bello que este ditirambo en loor de la eterna belleza por mí indigna­ mente traducido, declaro ingenuamente que no lo conozco» ( H ist . de las Ideas Estét., I, 36: Edit. Nacional, tom. I). 37. Remito a mi estudio sobre Fray Juan de los Angeles, señalado en la nota 6. De la hermosura de Dios y su amabilidad por las infinitas perfec­ ciones del ser divino es una obra clásica de platonismo cristiano escrita por E. Nieremberg.

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