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LAS FORMAS FUNDAMENTALES DEL AMOR 21 la bestezuela con su cría. El pueblo se indigna ante la madre que aban­ dona al fruto de sus entrañas y la llama desnaturalizada. Esto es lo que quiso decir San Pablo con la citada palabra, « a-storgoi», que niega ese amor ligado a la entraña y que naturaleza impone como un sacro deber. Afortunadamente en este siglo, en el que se siente un descenso de este amor venerando, ha surgido un gran doctor del mismo. Nos referimos a G. Marcel, a quien ya citamos. En su obra, bella de título y de contenido: Homo Viator, desarrolla un capítulo sobre le mystère familial32. En estas profundas y delicadas páginas parece como que la filosofía ha querido compensarse del desamparo histórico en que dejó tan decisivo tema. Los análisis que se hacen en estas páginas nos incitan a una reflexión ulterior que repare el secular olvido, sólo compensado por momentos de sublimidad literaria, como el citado de Virgilio o la Antígona de Sófocles, por mentar tan sólo algunas obras cumbres. El amor a los padres se prolonga en el amor a la patria. Sobre este amor ha habido siempre más emoción política y sociológica que análisis antropológico y metafísico. Sin embargo, el estudio de esta vertiente del amor es esencial en una fenomenología del mismo. Anotemos, por último, que el objeto de este amor puede hallarse ausente. Esto motiva el sentimiento que llamamos nostalgia y añoran­ za. Voces psicológicas muy entrañables pero que no llegan a expresar toda la hondura y rico matiz de la palabra galaico-portuguesa saudade. Sobre ella he hecho una reflexión en mi estudio sobre L. Coimbra, el máximo filosofo portugués de este siglo33. Pero juzgo que si valora­ mos los análisis de Kierkegaard sobre temor y temblor, de Heideger sobre la angustia, de Sartre sobre la nada, debemos igualmente ponde­ rar este concepto ibérico de saudade de tanta consistencia metafísica como cualquiera de los tan ponderados por los filósofos de la exis­ tencia. El segundo amor que nos sale al paso en la vida es la amistad. Ya de niños la hemos sentido. Sobre ella la antigüedad clásica nos ha dado páginas excelsas. Pienso que ellas que son un acmé, una cumbre 32. G. M a rc e l, Homo Viator. Prolégomènes à une métaphysique de l’es­ pérance, Paris, Montaigne 1944: Le mystère familial, 95-134. 33. E. R iv e ra , San Francisco en el pensamiento de L. Coimbra, en Natu­ raleza y Gracia 27 (1980) 61-86 (incorporado a mi obra: San Francisco en la mentalidad de hoy, Madrid, Marova 1982, 110-129).

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