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LAS FORMAS FUNDAMENTALES DEL AMOR 17 Parece que esta categoría del «encuentro» pone en evidencia cuán falsamente se ha disecado en compartimentos distintos la vivencia mís tica que es un encuentro con Dios, más pleno todavía que el del niño con su madre. Por ello, el problema del amor puro que se ha planteado desde la distinción de las dos grandes virtudes, esperanza y caridad, pierde significación al advertir que esa distinción no puede ser viven- cial. Los teólogos se han preguntado muy en serio si la caridad per fecta puede eliminar la esperanza. Pero después de lo dicho hay que decir que esto sólo se puede plantear en un plano meramente teórico, pero es un sinsentido en los altozanos puros de la vida mística. El santo ante Dios — recuérdese a Santa Teresa— actúa con esa unidad y totalidad, propia de las grandes vivencias. En éstas, la fe, la espe ranza y la caridad, escindidas por el análisis del intelecto, se fusionan para constituir una única realidad anímica que aúna al alma con su Dios. Hoy afortunadamente nuestra filosofía y teología están abiertas a la nueva categoría del «encuentro». Pero es poco lo que se ha hecho pues estamos en los comienzos. No se trata, con todo, de eliminar el saber del pasado sino de completarlo. Sin embargo, me atrevo a decir que el límpido panorama de la II-IIae de la Summa Theologica de San to Tomás, aparece hoy ante mi conciencia, que tanto ha gustado de la misma, como un Museo de Historia Natural en el que el entomólogo muestra su colección de mariposas, irisadas de mil colores, pero muer tas, clavadas al fondo del cuadro, por un alfiler. Tal parece ser el cuadro de las virtudes delicadamente estudiadas por Santo Tomás. Im pecables análisis, pero no unidades vivenciales, como esperamos, ha de hacer la futura teología. Desde nuestra preocupación actual por el tema del «amor puro» tenemos que concluir que estas unidades viven ciales de nuestra conciencia muestran que el tema del «amor puro» carece de importancia y hasta de sentido. En consecuencia lógica pa rece legítimo afirmar que el popular soneto: «No me mueve mi Dios para quererte...», sólo pudo ser pensado y escrito en un ambiente satu rado de escolasticismo. Históricamente fue así. Pues suena en español cuando en las aulas hispanas, en esta Salamanca, está más en alza la que se ha llamado la segunda escolástica. La coetaneidad confirma aquí la visión teórica que hemos propuesto del tema. Sólo en conexión con se halla muy dispersa en sus obras, nos remitimos a la síntesis, muy auto rizada por él mismo, de R. T roisfontaines , De l’éxistence á Vétre, 2 éd ., Lou- vain-Paris 1968, t. II, 9-29.
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