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16 ENRIQUE RIVERA unidad de su despliegue continuo, como agua del mismo arroyo en primavera, según la imagen sensible que utiliza el mismo Bergson. No es el momento de detenernos a exponer la sugestiva teoría bergsoniana sobre el intelecto que analiza y la intuición que penetra en lo íntimo hasta identificarse con lo que tiene el ser de único. Sí creemos muy oportuno hacer notar que la unidad de la conciencia, que H. Bergson percibe con la intuición, hoy se ha puesto más en uso con esa palabra alemana que ha pasado ya todas las fronteras filo­ sóficas. Me refiero a la palabra Erlebnis, que Ortega y su escuela han traducido por vivencia. Si durante siglos se prefirió analizar con el in­ telecto los diversos actos de la persona, hoy interesa sobre todo intuir las vivencias primarias de la misma. Son estas vivencias las que dan la auténtica contextura espiritual al alma humana. Ahora bien; tanto la conciencia bergsoniana como las vivencias que analiza la fenomeno­ logía se caracterizan por estas dos notas: unidad y totalidad. De tal suerte que la vivencia tanto es más plena cuanto más aúna las virtua­ lidades anímicas y cuanto más impregna la totalidad de la persona. Nos parece patente que desde el momento en que la vivencia atrae la reflexión de la mente, los análisis escolásticos pierden significación vital para trocarse en un muestrario de conceptos abstractos, claros, precisos, más inertes. Veamos, si no, lo que acaece con las virtudes. Un cuadro de vida familiar, que todos hemos vivido, lo pone ante la vista. Recordemos el viaje que G. Marcel hace por la campiña, en uno de cuyos remansos encuentra a una madre atareada en su quehacer mientras sus niños juegan por el prado. Gratamente le sorprende cómo el más pequeño y vivaracho corretea hacia su madre y chilla con pala­ bras entrecortadas: «Mamá, mamá, yo he hecho este ramo de flores para ti». Intuitivamente vemos que el niño practica en este momento la teología humana de las tres virtudes teologales: cree en su madre a pies juntillas, lo espera todo de ella y por sus ojos y su sonrisa le sale todo su amor tierno. ¿Habrá alguien tan pedante que se atreva a escindir la unidad inmaculada de las tres virtudes del niño hacia su madre? En estos casos no cabe un análisis disecador. Y hay que acudir a otras categorías que las clásicas. Una de ellas, hoy en alza, es la categoría del encuentro. Entre hijo y madre no se dan actos de fe, esperanza y caridad. Se da un encuentro de plenitud en un cariño que mutuamente se desborda 22. 22. Sobre la doctrina del encuentro —rencontre— en G. Marcel, la cual

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