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498 CHARLES GALTIER tre los portadores de presentes ofreciendo una liebre, un conejo o todavía más, el pincho de ave que se come tradicionalmente el día de Navidad. El pescador de caña, con su caña en una mano y un pescado en la otra, también está allí, evidentemente. También el deshollinador, este pequeño saboyano, que baja cada año a Pro- venza para ganar algunas perras limpiando las chimeneas y haciendo bailar a su marmota. También el vidriero, a quien parece que se le oye gritar: «¡Vi-drie- ro!». El trapero que masculla: «¡Pieles... trapos!». El estañador que se anuncia aclarando: «¡Cacerolas para estañar!». Y en medio de estos trabajadores modestos, la vieja del cesto que recoge caracoles, champiñones o verduras del campo y también el cestero que va de granja en granja a reparar los cestos rotos y las cestas agujereadas y el traba­ jador modesto por excelencia, el afilador, siempre sediento, llevando o empujan­ do su piedra de afilar. El mendigo llevando al hombro un saco atado al extremo de un palo, pide limosna y como él, viviendo de la caridad pública, pero beneficiándose más de la compasión, camina guiándole un jovencito. El ciego y el niño de los que la Pastoral nos ha contado la lamentable aventura y la felicidad que encontró delante del nacimiento al recobrar la vista y encontrar al hijo que le habían robado los gitanos. Los gitanos, seguro que están allí porque, desde hace mucho tiempo fre­ cuentan Provenza. La gitana se representa frecuentemente llevando un niño en los brazos y teniendo un tamboril en la mano; en cuanto al gitano, le vemos a menudo al lado de un oso haciéndole bailar. Es el exhibidor de osos. Si son llevados por malas intenciones, estos inquietantes gitanos, lo mismo que el vagabundo y el bandolero que siguen a la multitud que camina hacia Belén, sabemos que se arrepentirán y serán salvados cuando se encuentren en presencia del recién nacido, delante de quien los orantes están ya rezando. LOS CIUDADANOS Así pues el mundo rural que se anima, desde el siglo XVII en los villan­ cicos de Nicolás Saboly, ocupa en tropel el nacimiento familiar provenzal y son también estos aldeanos, estos pastores, estos campesinos quienes ocupan un lugar más importante en los nacimientos parlantes y en las pastorales que de­ bemos, sin embargo, a autores ciudadanos burgueses. Peí o estos autores no po­ dían dejar de asociar los tipos populares con los que se codeaban en su ciudad, pescadores, marinos, pescadoras, vendedores de flores o verduras... De hecho y en las primeras decenas del siglo X X una civilización rural se ha perpetuado en el centro de la vida ciudadana, los diversos «barrios» que viven de una existencia aldeana alrededor de los mercados a los que campe­ sinos y ganaderos de la periferia llevaban sus productos. Todavía encontramos cuadras, establos e incluso cabras y carneros.

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