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LOS SANTONES DE PROVENZA 509 Dudamos también de localizarla en una Provenza que no es la que era, en muchos casos, y que ya no habla su lengua materna. Conservar los villancicos, las pastorales, los santones del nacimiento tal como nos los han transmitido nuestros antepasados, parece imponerse como un deber imperioso. Pues hay, en estas tradiciones de Navidad, no sólo una cán­ dida y pura evocación del misterio de la Natividad, sino más bien la manifes­ tación de una identidad provenzal mucho más preciosa cuando se la adivina amenazada y que importa, más que nunca, preservar y guardar intacta como un testimonio de un tiempo que fue feliz. El Nacimiento familiar se ha con­ vertido para los provenzales en un arca que les guarda la imagen de una Pro- venza ideal en la que vivieron sus padres. El Salón de los Santoneros, creado en Arles en 1958 y que desde 1960 debía completarse con una exposición internacional en la que más de 30 países de los cinco continentes han participado ya, permite justamente, por las comparacio­ nes que propone ver hasta qué punto se afirma la identidad provenzal en los nacimientos y en los santones ya sean de arcilla o revestidos de tela. Este carácter específico provenzal se afirma también cada año en la feria de los santones de Marsella. Lo testimonian, además v sobre todo los innume­ rables nacimientos familiares y los concursos de nacimientos organizados en numerosas localidades. La fidelidad de los provenzales, el precioso legado de generaciones pasadas, no excluye la manifestación de una investigación y de un aporte personal en este arte que permanece eminentemente popular de hacer el nacimiento. Pues como ha dicho Marie Mauron en su gran obra El mundo de los santones : «Un ser se revela en la elección de las figuras del nacimiento, como en todas las elecciones... El alma se hace transparente en ella, pura y desnuda». Es el alma entera de Provenza, su alma profunda, conmovida y generosa lo que nos ha revelado en esta tradición felizmente preservada, nacimientos familiares, en que santones, amasados con la arcilla del terruño van a Belén, Belén en Provenza, a cantar de una manera ingenua la fe de los humildes y su alegría. El tiempo feliz de ayer tan parecido aún al tiempo de sus orígenes, cada uno de nosotros lo encuentra con un placer inocente como si fuera la prueba de un posible renacimiento en este día de Navidad que es, él mismo, un vol­ ver a empezar. Charles G a ltier

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