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508 CHARLES GALTIER La preocupación de sacar de la realidad, de tomar del vivo el modelo del santón, ha llevado a veces, en efecto, al santonero a elegir tipos nuevos en la vida cotidiana, a reproducir tal o cual persona que conoce como lo hizo sober­ biamente Teresa Neveu d’Aubagne a quien Mistral llamó «mi buena santone- ra». También Mistral fue santonificado por los Neveu d’Aubagne que convir­ tieron a Mireya y Vicente en santones. Una nueva vía se abría y no sin pe­ ligro. Después de los héroes de Mistral llegaron los de Daudet tanto Tartarin como Maître Cornille el molinero, y más tarde los personajes de Marcel Pagnol. Haciendo esto, se perdía de vista que los santones deben ser antes una re­ presentación de un estado, que de una individualidad. Son el pastor y no un pastor, el molinero y no un molinero, el pescador y no un pescador..., y si al­ gunos se encuentran designados con su nombre como Roustide, Jordán o Mar­ garita, es porque han sido tomados de los villancicos o de las pastorales, te­ niendo valor de arquetipos. Sólo han podido conservar su lugar en el nacimien­ to en razón a la popularidad siempre viva de estos villancicos y de estas pas­ torales. Hemos visto desaparecer a las señoras o señoritas Mieto y Robino cuyo santón ha caído en el olvido con las obras que en un momento les hicieron populares. De hecho los recién llegados no pueden integrarse de una manera duradera en el nacimiento si no pierden su identidad para recobrar el anoni­ mato de su estado como deberá hacerlo, por ejemplo, el gran narrador de Car- pentras, Francisco Jouve, santonificado por José Montagard de Saumanes (Vau- cluse) que no será ya desde entonces más que «el panadero llevando su cesta de panes». Un santón debe decirnos, en efecto no quién es, sino más bien lo que es. Ante la intrusión de recién llegados, los fieles guardianes de la tradición han dado el grito de alarma: «¡que nos guarden, sin tocarlo, el nacimiento de nues­ tros antepasados!». E l n acim ien to t r ad ic io n a l Sin embargo, parece que, por muy viva que esté una tradición conservando intacto lo esencial, puede modernizar sus elementos accesorios. El semblante local, que nos presenta, nos asegura que ha sabido adaptarse a condiciones nuevas de espacio y tiempo. Saboly ponía en escena los hombres de su época, FAgnel tomaba de su entorno el modelo de sus santones y Maurel también. Entonces, ¿por qué este deseo que sentimos anclado profundamente en el corazón y el espíritu de los provenzales de hoy, de no cambiar nada en el na­ cimiento que les han legado sus abuelos? Este rechazo puede explicarse, creo, por el sentimiento que tenemos de que, en nuestros días, la conmoción de nuestra condición de vida y civilización es tal que nos encontramos en un tiempo muy diferente de los tiempos bíblicos, mientras que, ayer aún, la vida rural y en menor grado la vida ciudadana se desarrollaba como en aquel tiempo. Ya no podemos hoy actualizar la Navidad.

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