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LOS SANTONES DE PROVENZA 507 lar de este arte popular. Por ser fácilmente modelado, el santón deberá ser, en efecto, bastante rudimentario y mucho más cuando se intenta hacer todo lo que se puede para que estén en una sola pieza el santón y sus atributos: el asno a quien monta como el perro que le sigue, el fusil que lleva al hombro como el presente que lleva. De ahí, esa torpeza cándida, esos gestos que se endure­ cen con la posición. F.n suma, este aspecto un poco estereotipado que se ha hecho célebre. «Pa­ rece un santón». «Parece el ’extasiado’ del nacimiento». Se dice de una persona inerte o de una persona boquiabierta, que está inmóvil. Precisamente por esta rigidez, por este aspecto un poco gastado que tienen los personajes de los villan­ cicos y de la Pastoral nace esa dulce ternura que sentimos delante de ellos. El encanto nace también del carácter parcialmente anticuado de los trajes con los que están vestidos estas figuras, trajes que la mayoría de las veces eran llevados en la época de Luis Felipe y de los que, solamente algunos, pueden encontrarse en nuestros campos. Pero jugando con las contradicciones impuestas por el moldeado, numero­ sos santoneros se han dedicado a modelar con sumo cuidado sus figuras, lle­ gando a dar a su rostro tal o cual expresión, intentando plasmar con exactitud los mínimos detalles, llegando a fijar «el momento» en la materia inerte. En­ contrando coloridos más suaves, sustituyendo el aceite con cola, han sabido acercarse lo más posible a la realidad que tomaban por modelo. El mismo cuidado de un realismo transfigurado por el arte ha llevado a otros santoneros, como a la señora Puccinelli-Meinnier, Simone Jouclas y otros de gran talento, a renovar la vieja tradición de los santones vestidos, vistiendo a sus figuras, articuladas o no, con telas de cuidada elección. Estos santones, que se ven excepcionalmente en los nacimientos familiares, constituyen frecuentemente verdaderas piezas de colección que, no sólo en tiempos de Navidad, sino durante todo el año, evocarán, a la vez, este tiempo feliz y para los hogares alejados de Provenza, este dulce país soleado, el país de las cigarras y también el de los santones que, como ha dicho Elzéard Rou- gier, «son flores que se cogen en invierno». Piezas de colección, muv preciadas a veces, son también los santones y los nacimientos que, algunos santoneros, empleando de nuevo viejos procedimien­ tos de fabricación, modelan o esculpen en cristal, cera, miga de pan, corcho, madera de boj o de olivo. Este feliz retorno a antiguas técnicas conoce un éxito creciente que no altera en nada el fiel apego de los provenzales a estos humildes santones de arcilla pintados, de sus nacimientos familiares. Prudente fidelidad, que ha sabido recha­ zar las figuras de yeso modeladas con gelatina o sacadas de una abúlica forma plástica, o como los santones de barniz que fueron propuestos a veces y que sabe inquietarse también cuando un personaje nuevo quiere tener acceso al nacimiento tradicional.

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