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LA COFRADIA DEL CARMEN DE SEPULVEDA 403 desde 1793 que en esta primera pero larga etapa que estamos teniendo a la vista en esta exposición introductoria sólo suben aisladamente a tres en 1802. Y salvo en 1832 en que el escote de hermanos sube a dos reales y medio por esa sola vez, la tal equiparación se mantiene. ¿Quizás porque ya la doble contabilidad funcionaba aunque no la ten­ gamos documentada todavía? En todo caso la permanencia del escote de las viudas tiene una clara motivación, que con ellas no contaban los precios ni las cantidades y calidades del vino y menos los del pan, reducido al de la colación que a casa se llevaba con la del queso, pero sin las consumiciones más repetidas y un tanto discrecionales en «la casa acostumbrada» de los calendados artículos. Y para la variabilidad y estimación reales del escote de los hermanos hemos de atenernos a la invocada contabilidad paralela que en su momento nos ocupará. Los hermanos que renunciaban a participar en tales expansiones profanas podían serlo solamente para lo espiritual, con la consiguiente reducción sustanciosa del escote. No sabemos por qué, el alcalde figu­ ra con un escote más reducido en 1921. Y los que no siendo hermanos solicitaran el enterramiento y los sufragios confraternales podían conseguirlo mediante el abono por una vez de una cantidad mucho más elevada (22 reales —la mitad— por un párvulo en 1850; la cuota de hermano era 6). Parece que la ín­ dole al principio gremial de esta cofradía, exclusiva de los tejedores como hemos dicho, y su atracción devocional mariana, determinaron que tuviera más de estos encomendados que las otras de la villa. La representación y el mando de la hermanadad estaban personifi­ cados en el alcalde. Los santos oficios que seguían a éste en jerarquía eran el de contador de antiguo o de viejo y el de moderno o de nuevo. El abad de legos era el fedatario-secretario. El abad de sacerdotes, apenas mencionado en las actas, era un cargo que ya estaba un tanto en vías de extinción en las cofradías sepulvedanas cuando el Carmen se fundó, por ser propio de los días de más abundancia de clero, cuando ésas contaban coñ bastantes hermanos levitas, sin jura­ mento ni fiador. Su función no resulta por eso muy nítida y parecía oscilar entre la representación de sus cohermanos clérigos y otros me­ nesteres propios de capellán. El mayordomo era el administrador-res­ ponsable de cobrar las hijuelas, o elenco de las cantidades, casi todas por escotes, debidas a la corporación. Había además un avisador. Di­ chos cargos, siempre reelegibles, integraban la justicia —individuos de justicia u oficiales— y técnicamente monopolizaban el título de co-

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